viernes, 24 de junio de 2011

Un cortado chico XIV

La solidaridad me conmueve
como me conmueven pocas cosas en
la tierra.

Esta o cualquier otra.
De las cosas que tenés que hacer che
nunca lo olvidés.

Repartí los besos
cometé todas las bocas que se crucen che
con tus besos che.

La conciencia internacionalista
que sustancia aquella solidaridad de la clase la
la solidaridad del mundo che.

Tus besos van
más temprano que tarde y sin demoras che
a curar el mundo che.

Domingos

Cierro la hornalla: apenas pudo escucharse el sonido del hervor en el agua. La presión subió por el tuvo de la pava (el tuvo que sirve para verter el agua), la presión de las moléculas, y apenas si la pava silbó despacio. Es hora del desayuno. Es sábado. Soy, de todos, el más sigiloso hombre que hayas tenido en esta casa.

En esta casa tuviste unos cuantos hombres. Los encerrabas contra la pared y los desarmabas. Me imagino: los mirabas fijo a los ojos y ponías la punta de los dedos en el borde de sus jeans. A veces lo hacías solo por medir un cuerpo distraído, solo por probar que la mujer es capaz de desarmar a hombres y mujeres. A veces les quitabas la ropa (le dejabas las remeras) y subías encima de los hombres. Imagino: desarmaste a uno con la mirada firme. Solamente con la mirada.

--Los hombres son muy gritones-- te quejaste siempre; pero en mi caso, soy el más silencioso de todos los hombres que pusiste en esa casa. Fijate: toco tres veces el timbre, no más.

Preparo una bandeja improvisada con una madera y repasadores que encuentro por ahí. En esta casa los repasadores siempre estuvieron sucios. Rara vez los lavábamos. Por aquellos días, en cambio de lavar trapos sucios, preferíamos dedicarnos a pelear. Nos levantábamos y siempre teníamos una razón a mano. A veces empezabas vos, con eso de que la política es un sinsentido, que el lumpem tiene aquella inserción casi por naturaleza, que los esfuerzos por imponer la solidaridad son --en las actuales condiciones-- absurdos completos; yo, con la vigencia de la psicología clínica, con el mensaje alentador de lo imposible, o con mis extrañas formas de ser padres. Casi siempre los dos estuvimos en lo cierto. Ahora preparo la bandeja.

Vos dormís. Tu risa duerme, tu pelo duerme, tu lengua duerme, tu cadera duerme, tu aliento duerme, tus pechos duermen. Te miro dormir y me digo: en cierto momento pensé que no eras solamente vos la que dormías, llegué a creer que también dormían tus sueños. Y me fui.

Y ahora estoy preparando esta bandeja: vuelvo a la cocina.

Sobre el trapo más limpio que encontré preparo una taza con café cortado con un chorro de leche caliente (también endulzo el café); cuatro galletas, dos con queso y dos con dulce; una flor; y este trozo de papel que pude escribir para tu desayuno.

Acomodo una silla al lado de tu cama. Asiento en la silla la bandeja. Me siento al costado de tu cuerpo. Te acaricio la frente y juego con tu flequillo. Sos perezosa pero te estirás para despabilarte. Esa especie de gemido que hacés parece un quejido. Es sábado. Hay una flor en una bandeja y acompañada con un papel doblado, una flor sobre un trapo casi limpio, un trapo floreado, y una taza símil porcelana llena de café con leche, con la flor, el trapo floreado y cuatro galletas al queso y al dulce.

Después que desayunamos --vos el café y yo tu cuello-- me prometés unos mimos. Es sábado. O domingo. Preferiría que fuera sábado, para quedarme dentro de tus mimos hasta el domingo. El domingo volver a levantarme y leer, despertarte, escuchar lo que hablás, mirar el patio y los pájaros que vienen a comer las migas que tira la gente cuando sacude los manteles. Almorzar juntos cualquier tontera. Pero es domingo. O sábado. De cualquier forma, acabás de prometerme unos mimos y yo, esperando que hoy sea sábado, me dispongo a disfrutarlos.

martes, 21 de junio de 2011

Él cumple años y algo más

Esta noche voy a soñar con esta tarde. Y eso es absolutamente reconfortante, absolutamente maravilloso.

En el sueño pienso cumplir años en tus labios. Pienso cumplir sueños.

viernes, 17 de junio de 2011

Superhéroes

Tener capa es fácil. Animarse no es nada. Ser valiente no es animarse.

No tener miedo es ser valiente.

Ser valiente frente a dos ojos de almendra, para que el cuerpo deje de temblar y que las manos tomen el rostro, lo traigan mucho más cerca, pero sin que el cuerpo tiemble, y con la boca besar la otra boca, mientras la lengua chasquea la felicidad que como casi siempre entra por la boca.

viernes, 10 de junio de 2011

El temblor

Aunque mudo, sin palabras ni sonidos, repaso uno a uno los centímetros, una a una las sensaciones, el placer de mi adentro en tu adentro.

El café con leche, el tuyo, y el cortado en jarrito, el mío.

La silla esa. La ventana.

Cuando nos dijimos lo que quisimos no supimos aclarar que la libertad es tan efimera como necesaria.

Todavía sigo repasando, en silencio. Pero sigo vivo.

Todavía vivo.

lunes, 6 de junio de 2011

Persepolis con caramelos

El domingo fue menos que el sábado, pero de igual manera los recuerdos del viernes continuarían rondando en mi cabeza hasta --inclusive-- este momento, en que me dispongo a tomar el café de la tarde. De cualquier forma el clima era bueno para buscar y encontrar una película amigable, que dejara algo más de aquella sensación repetida que uno experimenta con un film por el televisor: cambiar de canal hasta dar intuitivamente con algo, sentarse incómodo porque no hay certezas sobre la elección, para al final saber que el tiempo pasó con más glorias que penas, merced de un guionista poco conocido, una película poco difundida, una mediocre realización ¿independiente? (cuando uno consigue en la televisión basura películas de esta talla).

Persépolis había terminado pasadas las dos horas y pico entre que me decidí a ver películas el domingo, encendí el televisor, cambié los canales y tomé la valentía de aceptar una opción con animaciones y sombras oscuras. Era innecesario el esfuerzo por contener la emoción que sentía por aquella niña, después mujer, con el vínculo afectivo cargado en su abuela y la mirada lógicamente apasionada sobre los ideales comunistas. Otra lectura más --y distinta-- de un Irán en guerra permanente; el Irán preso político y censurado hasta la médula; un Irán --además-- difícil de entender para la mirada americana. Pero este Irán distinto, que ahora hablaba de su lucha por la liberación, era el Irán de una ingenua muchacha de cabellos oscuros y ansias poderosas. Es difícil --y más lo es en un sistema patriarcal para una mujer-- enfrentar al mundo como Marjane pudo hacerlo (el mundo de las ideas, el mundo de los sentimientos, el mundo de las realidades). Aquella niña mujer sí que aprendió a impregnar cada detalle con sus ideales.

Después iba a enterarme más sobre Persépolis, que como toda gran obra tiene una historia más abundante. La historia es la de aquel Cómic de la Francia consternada por las nuevas ideas políticas del mundo (que de nuevas siempre tuvieron poco). Me burlo. Nuevas de nuevo, en el 2000 al 2003, y en fin.

Sigo acá agarrado de la cama. Tengo que hacerme el café. Parece mentira la cantidad de veces que recordé --de nuevo-- el viernes pasado. Durante la película, no pude evitarlo; aunque más que recordar fue establecer una relación permanente entre mi viernes, vos y la historia de Persépolis (de Marjane). Te sentí una y otra vez, sentí tu presencia como a mí más me gusta: no como invento mío, sino tan real como pueden ser los recuerdos atesoramos. Digo que te encontré repetidamente, en la complejidad del pensamiento de aquella niña, y cuando veía la madre relacionarse con la hija, y ni que hablar de la abuela con aquella mujer a la que le decía que no se olvidara de quién era, que tuviera cuidado de los cretinos, que mantuviera la esencia. Ahí quise que todos pudiéramos tener un abuelo a quien llevarle vainillas para que unte con los té. Pero vos no, porque el abuelo tuyo, al que hacías sonreír con las vainillas (vos solías contarme que al Tata se le iluminaban los ojos y le quedaban con estrellas salpicadas de rocío cuando aparecías con tus historias y las galletitas que le gustaban; ahora que lo pienso, a aquella le pusiste Rocío no sin motivos suficientes). ¡Y aquella! El parecido absoluto cuando habla del guerrillero cubano, el Che Guevara. (¡Cómo me estoy riendo!).

Es un arma Persépolis. Fijate: te dibujé miles y millones de veces, en los viernes, en los desayunos, en la cama calentita. Fijate: me acordé que eras docente y que para nada hubiera resultado útil la película con los chicos; vos tenés mejores ideas. Fijate: el Tata paseó una y otra vez por mi memoria. Fijate: llorar no siempre es cuestión difícil, ves.

Pensé en las tres golosinas que más me gustaría comer con vos: las pastillitas, la bananita Dolca y el paragüitas.

Voy a tomar el café de una vez por todas, así de feliz como me siento ahora, así de incompleto, así de tanto que me falta para estar completo y así de feliz que se siente uno en este estado. Los recuerdos del viernes continuarían hasta la victoria.

jueves, 2 de junio de 2011

Accesorios

Son así de verdes para que hagas fuego con la remera blanca y flores.

Disfrutalos y hacelos disfrutar.

Tuyo,

lunes, 30 de mayo de 2011

Quiero ser rico

Se me antoja que te antoje
de repente y así nomás
sin guiños ni ninguna cosa
te antoje un abrazo mío
y te caigan las babas al costado
de la boca
se te antoje el caramelo
de mi beso embadurnado
corazones rozas en el
cuaderno verde y a lunares blancos
yo los dibujo
ser un rico mordisco
el placer rico que ensordece
los sentidos y me sientas
que cuando me abraces te me antoje
con esos antojos imposibles
infrenables
que le dejan lunares a los críos
según dónde te pique en el antojo
lunares al cuaderno y al dibujo
de los viernes del antojo y dónde pique.

Rascarte y ser
tan rico irresistible
tan rico irrefutable
que mis palabras se adormezcan
en tus labios que me hables de cerquita
mirar en tus ojos lo que el mundo no
muestra rico y perturbado como quiero
ser en tus sombras y colchones
que ya no míos lloran en tu ausencia
rico y que me sirvas en el plato
del mediodía la medianoche y
porquéno
la mediatarde.

Rico que me caiga a pedazos
desaforado en tu garganta
a tu estómago y la saliba
cagón, cagadaso
que me desgrane
rico en tu boca
solamente rico
solamente en la boca
en tu boca.

Rico así de mucho
en este mundo que sobra
de ricos perturbados
que es obra de pobres sometidos
ni lloran en las sombras por
tan ricos que son tanta pobreza que hay
no lloran ni un milímetro
en este mundo que hoy no
me mira con tu forma
alegórica de mirar
algebraica
rico matemático
pórqueno
rico de memoria
rico como vale la pena ser rico
donde los ricos se maltratan y suicidan.

Ser el único rico que valga la pena
nombrar y morder
así de rico entre tus dientes.

Reíte.

martes, 24 de mayo de 2011

Un cortado chico XIII

Para mí que leer
además de leer
te hace temblar
te hace pensar.

Cuando escribí por vez
número XI
escribí,
supuse que leer

te hace temblar
te hace pensar
igual que tiemblo
y pienso en voz

alta con vos y
en los bares
en vos y porsupuesto
en todo lo que me

causás.

El juego de los 6 mm /III

Causar sensaciones.

Eso persigue Martina. Juega, Martina. Julio hace de profe ahora que Martina salió para el acto de su hija. Martina es docente (ejerce la docencia). Martina enseña, entre otras cosas, a cómo vivir una vida sin perder la costumbre de estar vivo. Julio va a exagerar y va a decir que Martina es, de todas las mujeres, la más linda que él haya conocido. Dale-- le dice Martina (y no le suelta los ojos cuando dice dale).

Profe, cuál es la goma-- pregunta Valeria Fabiana Chaupe Meza Taragua Fernández. Valeria Fabiana Chaupe Meza Taragua Fernández es la única nena que pregunta cuál es la goma de borrar, en el Paint, más de una vez por día. Julio se pregunta si vale la pena esto de repetirle su nombre para que remplace el horroroso profe por su Julio. A Julio le gusta cuando Martina lo llama por el apellido: Julio Resoco.

Causa sensaciones: dale, dale, dale... Causa sensaciones Martina, pero no se anima a seguir, a que Julio siga. Julio tampoco se anima a tomarla de la cintura y arrebatarla a caricias y franeleos baratos. Él siempre se dijo a sí mismo que cuando volviera a besarla sería cuestión de mutuo consentimiento. Nada de juegos. Pero --piensa-- para eso falta. Se preocupa: eso tal vez nunca llegue.

El juego (ellos ya lo saben) consiste en avanzar hacia ellos a la voz de dale. Avanza el que no habla y habla el que no avanza (toda una promesa). El que habla dice dale. El que avanza decide hasta cuándo avanza.

Hace dos semanas que siguen jugando. Ella dijo basta y esa vez se quedó a más de 25 centímetros uno del otro cuerpo. Julio pensó desde ese día que valdría la pena hablarle sobre la no distancia. Cuando él hablara ella preguntaría por qué Julio estaba empecinado en esa distancia, qué era lo que buscaba sentir.

Profe --de nuevo--, ¿Cuál es la goma? Chaupe Meza Taragua Fernández Valeria Fabiana tiene la suerte de ser alumna de Martina. Aprende como deberían aprender todos los niños de Córdoba: alumbrada por una sonrisa irresistible. Aprende contenta. El profe Julio está abstraído. Intenta sin cesar repasar las instancias del último episodio del juego. Cómo decir dale --se pregunta-- sin temor a que se vaya, a que no quiera, a que se escape. Cómo decir dale sin que la voz tiemble. Cómo guardar en los recuerdos los pasajes más inolvidables que se olvidan de memoria y por traición de la inteligencia.

Julio repasa sin descuido lo que sintió cuando los centímetros sobraron, en medio de la distancia inexistente entre uno y otro cuerpo. Julio se relame y degusta, como pan caliente con mermelada casera de durazno, como medialuna con dulce de leche, repasa y saborea el hilo acortado, achicado a nada, ninguno de distancia, que dejó el casi juego al final de la siesta. Puede sentir el aroma de la horma de pan recién horneada y el azúcar que emana el condensado dulce, y también siente la mordida en el centro de la factura, con el dulce de leche que hace doler los dientes, que estremece. Puede sentirlo sin tocar ni pan caliente ni medialuna alguna. Repasa la distancia; solamente la vuelve a traer, una y otra vez. Una y otra vez.

Martina se va. Llega Valeria Fabiana Chaupe Meza Taragua Fernández y pregunta: profe; cómo elijo el lápiz. Es que tengo el borrador --sigue-- y no encuentro la manera de tocar el lápiz. Valeria Fabiana tiene algo así como siete años, el pelo al hombro y una sonrisa extranjera que hace cosquillas. Tiene suerte, aprende a la luz de su mirada, de la mirada de Martina.

Todo lo que tengo para decirte hoy martes de mayo, Anaclara, y en siete letras y un punto

Gracias.

Dos más dos

¿Miedo vos? Sí, puede ser. Miedo a que no te suelte en el abrazo, a que me desvanezca con vos entre mis brazos y no vuelva a ponerme de pie nunca jamás, a que me atormente sentirte de nuevo así de cerca y los ojos se me pongan colorados de vergüenza, miedo a que quiera bailar de nuevo con vos, a que siga con exactitud (y no tanto) cada una de las caricias que me hacés, a que te bese, a que el beso también me perturbe y piense por un segundo que sigo vivo (que no pudieron morirme), a que se pase ese sinsabor del que me hablás, miedo a que te pierda el respeto y achique la distancia, a que el atolondramiento de los ojos colorados me pongan de rodillas a tus impulsos (ahora quiero abrazarte de nuevo, viste).

Miedo vos. Miedo a que yo me anime. A eso le tenés miedo. Porque tenerle miedo a lo otro (a que me corra, a que no te siga, a que no salte contigo y con la misma fuerza) es el absurdo más grande que haya escuchado en mi tarde.

lunes, 23 de mayo de 2011

Un cortado chico XII

Mujer imposible
de imposibles regodeos
imposibles presentes
similitudes imposibles
a imposibles héroes
verdaderos imposibles
imposibles sudores.

Lo imposible no te gana
imposible mujer
¡sos lo imposible!
imposible perder
con tus imposibles
imposible no perderse
en pérdidas imposibles.

Que lo posible no te gane
posiblemente estarás muerta
entonces posible
posible si rehusás rabiosa
al amor posible solamente
y fogoneás posibles posible
en las ideas atacadas de posibles imperiosos.

Todo impuesto y imposible
y imposible como el lenguaje
imposible de trastornar y imposible
de jugar y imposible
que te traiga y imposible
y imposible que te acueste
e imposible que me duerma.

Un cortado chico XI

No me digas la verdad
la verdad es un invento
es una mentira encubierta

que transpira en las paredes
diciendo que sí cuando no
soltando la mano cuando sí

decime una mentira que me sirva
que es la única verdad valiente
te pinta de rosado los pómulos

que la mentira sirva para el rosado
y los nervios esos que uno espera
agarrarse igual que el resfrío

de los días en que trabajar se hace trabajoso
y cae uno en cama a que lo mimen
uno a que le mientan.

Nunca me creíste capaz de enfermarte
cuando tengo tu mano en mi mano
no tengo fiebre sos vos

que rajás para todos lados
y corro por detrás
no te vayas no ahora

que me queda todo esto por decirte
tres mil cosas
nunca pasó lo que yo dije que pasa

ahora ocurre que mis ojos
tiemblan más seguido
y decir adiós es cada día más pecado

entre medio de las sonrisas
que te debo
y las alegrías que me cobrás

decime una mentira que te crea
no esas verdades mentirosas que
te salen ocultando el sinsabor

del amargo trago
del repentino hasta siempre repentino
del a poco sabor en mis vacías manos (a poco).

No te vayas sin dejarte
sentir lo que temés sentir
el temor es lo sincero

el temor el que pervierte
lo divino de volver a encontrarte
y que me cantes al oído

que no volveré a verte
este temor temblor que tiembla
en las verdades mentirosas.

XIII.

Huelo el olor que deja en las manos con sus manos. Tiene crema según ella. Huelo e imagino los otros olores que me dejaba en las manos con el cuerpo. Es la tercera vez que le agarro la mano. Una vez anterior estuvimos parados en el aula del medio y le pedía que se apurara a venir, cosa que se diera cuenta de la situación y no se perdiera el detalle. Tomé su mano y la puse en mi cuerpo. Quería que quisiera pasarla por todos lados, pero me resigné a que sintiera mi corazón (los latidos). ¿Era un jueves? ¿Era a la mañana, a la noche, a la tarde? ¿Era otoño? ¿Era mayo? ¡Que Era nos pasamos en la cama! La Era de lamernos los cuellos y retozar en el colchón hundido de tanto retoce. Me miraba desde arriba con los ojos grandes y tapaba mi boca para que no se escaparan mis gemidos del dormitorio (de su oído, mejor dicho). Nos gustaba jugar a que se sentaba en mi falda y quitábamos las ropas de abajo, sacábamos los sexos y penetrábamos, en la cocina y con el televisor prendido (con gente dando vueltas y todo). Era la Era de su pelo amarillo y después negro caballo al galope. A mi me sorprendía que al hablar hiciera el mismo gesto de morderse el labio que hacía cuando estaba adentro mío. Pero los ojos, cuando habla, aunque ardiendo, están siempre menos encendidos, si comparamos con el tiempo que pasaba adentro mío, yo adentro suyo. En la tercera vez que le agarro la mano no evito los recuerdos: primero mi dedo, luego los dos dedos, la mano, la boca (en la barba quedaba el aroma a su cuerpo hasta después de bañarme). De todos los olores que conocí, extrañamente prefiero aquel, el de su entrepierna carnosa que destila tanto aroma como placer provoca. Tengo la mano por tercera vez entre mis manos (su mano izquierda, que es la que aprieta y suda las mías). En la sala del medio la mano izquierda fue testigo de mi nueva moda de comportamiento: la sinceridad, la transparencia. ¿Es que alguna vez fue distinto? ¿Es que el mundo de las ideas alienadas pervierte a tal punto que la gente empieza a preguntarse sobre valores y moral, separando las interpretaciones de lo que son las acciones mismas? ¿Es que alguna vez fui distinto en su cama, en su casa, en su oído? La mano izquierda que siente cómo late el corazón y es testigo de la verdad, se desliza --apenas se desliza-- por el resto de la panza y se quita del cuerpo. Mis manos sudan, ahora que no es tan furtivo el momento, que por vez tercera consigo acariciarla. Creo (pero no estoy seguro) que los movimientos estos que hace con el dedo significan algo parecido a una caricia. Me entusiasmo (quedo en peligro). ¿Acaso perdí la capacidad de vivir lo inexplicable, lo que no sé cómo irá a terminar? ¿Acaso me volví un tibio lejos de su lado? ¿Será posible morirse en vida y acostumbrarse al mundo de los vivos así de muerto? Tiene crema en la mano izquierda y aprieta con los dedos cada uno de mis dedos. Frota los dedos y me excito (creo que me excito con los recuerdos, o con el solo roce de su dedo en los míos). Me volví un hombre de conductas inexplicables, y eso me gusta, quiere decir que todavía no morí en el mundo de los vivos y no me acostumbré a vivir como si estuviera muerto. Muerdo. Muerdo los recuerdos y los saboreo. Acaricio aquella mano que sentí como una mariposa en una cama, subir por mis piernas hasta el miembro y apretar, mover, sacudir, arriba y abajo, acomodar en otro sexo y organizar el placer. Pocas manos que haya conocido organizan tan bien como aquellas manos, y ponen con sencillez las espinas en los cuerpos frágiles, y dibujan las paredes con consignas incendiarias y palabras que se traducen en pintura roja. Ahora que me acuerdo, también el dedo índice de la mano izquierda me mostraba el lugar donde tenía guardada la ropa, los discos de música, los repasadores de la cocina, el mantel verde, los destornilladores, la puerta de casa, los ratones de la cabeza, el puñado de ideas que defendí, el camino del domingo a las 20 hs. para abrir la puerta al milagro (que siempre entraba corriendo y se metía a la casa como una tromba). Aquel milagro era tan tangible como la vida misma, nada de místico; y plausible. Absolutamente plausible. Tengo por tercera vez, después de largo tiempo, sus manos entre las manos, y me cuesta controlar la tembladera, las palpitaciones, las ansiedades, las ganas de amar. Yo no puedo amar. No sirvo para eso. Pero la mano suya en mis manos (la izquierda) me recuerda cierta reminiscencia del pasado, me enamora, me sonroja hasta la médula. Me excita. Todo eso sí puedo, porque sigo vivo, porque no dejé que me murieran.

Diario

Recordé tus placeres gastronómicos. 1 kg. de pasas de uva bañadas con chocolate en Sweet Sweet Way vale cien pesos argentinos. Compré una bolsa. Parecen deliciosas.

Estoy mejor que ayer. Me siento mejor. Mucho mejor. Caminé hasta el Garbarino del Nuevocentro Shopping. Vi un pullover en tonos blancos y celestes que me deslumbró. Nada más. En el Nuevocentro casi que no hay nada interesante.

Volví caminando hasta Bv. San Juan y Av. Vélez Sársfield. Saqué dinero del cajero nuevo, el que pusieron en la esquina (tengo que pagar el pedido a los fabricantes de Polipluma) Tomé un taxi hasta Pueyrredón y Belgrano. Pregunté en los almacenes que quedan enfrente de la plaza y en la plaza misma. No tienen almendras.

Caminé hasta Iriarte y Mayor. En el camino vi al chico del que no recuerdo el nombre. El que vive en Iriarte cruzando la calle Mayor, al lado de la casa de los Arévalo. De cualquier forma, no importa demasiado su nombre; en algún tiempo se irá a morir y antes no hará nada para que lo recordemos; a lo sumo se cargará algún muerto o cosa por el estilo. Lo vi trabajando en la obra en construcción que está al lado de Club R. Más adelante, cerca de la calle Mayor, por Iriarte, una señora me saluda. Creo que no la conozco.

Tengo la remera empapada en transpiración. Caminé mucho y bien. Ahora estoy preparando un desayuno. Café, tostadas de pan al horno (vuelta y vuelta hasta que se tuestan) con una rodaja de queso fresco arriba. Cuando el queso esté derretido y el café humee me voy a sentar a celebrar esta mañana de otoño.

El otoño es la estación del año que más prefiero.


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nota: recuperado luego que blogger estuviera caído.

Un cortado chico IX

Vos y yo sabemos que
te podés escapar de mi

pero nos preocupa
es el hastacuando.


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nota: recuperado luego que blogger estuviera caído.

De la autora del blog "http://dudasdemar.blogspot.com"

casi-cancion (sic)




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nota: recuperado luego que blogger estuviera caído.

XI.

La remera y el corpiño blanco se quedan hasta el último. Es lo último en irse. El último detalle que abandona la escena y todo lo demás se queda.

Es tu forma de pintar las paredes con el grafo. Los desafío sin dudarlo: quién pudiera resistirse a esta Anaclara; cuando Anaclara se pone así.

Sé que vas a tomar las almohadas y vas a hacer una pausa en mi ritmo, las vas a poner debajo de mi cabeza y mi boca va a quedar más cerca de tus pezones de mamá que amantó con amor, con ganas, batallando entre los dientes que sacaron leche y sangre. Será por eso que cuando te sacás el corpiño terminás de ser irresistible. Porque desde que te conozco (y desde tus 19 años, Anaclara) sos mamá (cobijar en una panza y elegir la música, el alimento, los estímulos; eso también vale para el asunto), la mejor que haya conocido. Tus pezones --será por eso-- son duros y erectos, los mejores que haya conocido.

Vas a dejar ahí las almohadas y me vas a agarrar los hombros con la yema de los dedos, con la palma de la mano derecha en mi pecho.

Las almohadas son cómodas. ¿Dónde aprendiste el detalle?

Vas a dejarme. Te voy a acariciar el cuerpo, por la espalda y por el pecho, voy a aprovechar el espacio corto para besarte, para sentirme cerca tuyo. Voy a prestar atención a tus latidos y vas a dejarme.

Voy a llegar al orgasmo y eso te va a animar. Tu corazón, así como de repente, va a latir apresurado. Vas a llegar al orgasmo adentro mío.

Tu grafo, Anaclara. Otro de los que usas para pintar las paredes con la palabra que vale la pena decir. No la nombres. No la pienses. Seguí escribiendo, pared tras pared. Seguí escribiendo y que los fantasmas morales no te maten. Defendete adentro de tu cuerpo y defendete afuera. Dale.

Y ahí queda la pintura al lápiz. Los cuerpos tuyo y mío desnudos, encimados, sonrientes. ¿Tuvimos demasiado tiempo o el tiempo fue demasiado para nosotros? No sé pero ahí estamos, descansados, con la sonrisa y la lengua chasqueada. Te lavaste y me lavé (ya te dije: verte correr al baño con las piernas cortas es el poema que no volví a encontrar escrito en ninguna otra antología). Acá queda la pintura, cuando nos preguntamos si nos gustó lo que acabamos de pintar y nos decimos que sí y es cierto: nos gustó correr al mismo lugar, rodar por la caída y quedar con la espalda sudorosa llena de pasto o de plumas.

Dejame escribir a mí: Anaclara.

Dejame que gire el cuerpo y mire el tuyo antes de que te vayas. Dejame decirte algo: la sonrisa que hacés y cuando te mordés la boca; los detalles que te hacen única. Dejame decirte algo más: seguí escribiendo la pared y aclará que sos madre, así leen y me entienden un centímetro.

Escribí libertad que las almohadas siguen debajo de mi cabeza.


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nota: recuperado luego que blogger estuviera caído.

miércoles, 18 de mayo de 2011

XII.

Alguno con cojones que tomó la foto antes del 23 de diciembre de 2010. Ella la publicó.

Está toda la sonrisa ahí entera, de punta a punta. Los ojos miran para arriba como a mi me gusta y, aunque hay distancia entre el fotógrafo y la muchacha de boca linda, se distingue claramente la dentadura. Tiene la blusa violeta (o lila) y el jean azul oscuro. En vez de estar yo en la foto, sus brazos sostienen el termo y queda abrazado entre su pecho. Los lentes, la cartera tejida al crochet, el saco negro de hilo y la marcha (que no se alcanza a ver). La amiga mirando de costado, como festejando la sonrisa de ella, que de todo es lo único que importa (ni la marcha que no se ve, ni el saco, ni el termo, ni mi ausencia). Hay una bicicleta, un hombre canoso, un distraído, una baranda color naranja antes del cordón de la vereda. Hay una gigantografía.

Cuando encuentres la imagen en Internet, detenete en el detalle: ¿Tienen el mismo pocito en el cachete o es que lo dibujo con mi imaginación? Parece tenerlo. Estoy seguro. Más todavía, hice zoom sobre la imagen. Pareciera que sí.

Y la sonrisa. Y el viento que apenas vuela la blusa lila (o violeta). Y el viento que juega con la dentadura no postiza y el cabello no postizo. Y en el pelo el aplique negro: un moño pequeño. Un aro en la oreja. Su perfume (¿Sentís el perfume?). El bretel negro. Las pulseras baratas que no se ven. Seguro que las zapatillas verdes. En la calle. En la marcha. Como corresponde.

Me falta algo, su piel. Entera. Su piel.

Y la sonrisa. Y Anaclara, que no es postiza.


Nota del Escritor: el número XI de esta entrega se perdió por defecto de Blogger.

lunes, 16 de mayo de 2011

Por suerte los romanos no conocen de finales, no tienen numero Cero

Había una vez unos ojos temblorosos que eran un poema favorito.

(Cuando das por finalizada una novela de semejantes lindos faroles, te sentís tan huérfano que parece fuera de lo común).


jueves, 12 de mayo de 2011

Un cortado chico X

No le atinás de ninguna manera

(andás ciega y el miedo
te juega una mala pasada
miedo de vos misma
del sol que calienta el otoño
mirá que respirar con miedo
da más pánico todavía)

no le pegás ni con suerte

(todas las canciones y
las poesías que dedicás
son inútiles
y arrancarme las uñas también)

si al menos se te hubiera ocurrido

(dedicar
entero
el disco
Aunque Cueste Ver El Sol 
de la banda uruguaya
al menos eso)

pero no le acertás un carajo.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Ilustramiento

abandono*

   1. m. Desamparo, descuido:
      le critican el abandono en que tenía a su hijo.
   2. Renuncia, desinterés:
      abandono de los estudios.
   3. Alejamiento de un lugar:
      abandono del hogar.
   4. Descuido de los intereses, las obligaciones, el aseo personal o la compostura:
      su aspecto últimamente es de abandono, pues va sin peinar y mal vestido.

*Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe.

Belén III.

Hoy es martes, el día está pesado, con mucha humedad y amenaza de lluvia. Son casi las ocho de la noche. La avenida no se detiene ni por un segundo, autos que van, autos que vienen, que estacionan, y los estudiantes que suben y bajan, yendo y viniendo de Ciudad Universitaria.

Los martes te ponés el perfume que más me gusta.

Hasta hoy habíamos hablado de las preocupaciones que teníamos y era natural que comenzáramos a ocuparnos de nosotros.

Llegaste a la lomitería con cara de situación y pedimos dos 348 completos, con papas bastón (a mi --y creo que a vos también-- me dan desconfianza las papas rejillas, prefiero --y creo que vos también-- el estilo francés para las papas fritas). Te sentaste dejándote caer sobre la silla azul, como denunciando el cansancio de tu cuerpo. Dijiste que no me habías abrazado, respiraste fuerte y con violencia, te levantaste de la silla donde te habías echado y me llamaste. Me acerqué y nos abrazamos durante un tiempo corto. Nos besamos y volvimos a los asientos. Hiciste un gesto para pedir que te diera la mano y sólo nos soltamos para cenar. El mozo del lugar trajo el pedido y retiró la cazuela de maní salado y pelado que nunca terminamos (parece un personaje de alguna tira cómica de dibujos animados, con los bigotes anchos y el pelo lacio peinado hacia el costado; la cara es grande y la boca también, pero el cuerpo es raro, encorvada la espalda y de un caminar pesado). Me preguntaste si alguna vez había pensado en besarte y te reíste como nerviosa. Sin que te importara en lo más mínimo lo que tenía para responder, avanzaste con tu pedido: y si empezáramos ahora, es decir, si se me ocurriera a mí el beso y te lo pidiera. Me reí como con una risa nerviosa. Volviste a buscar mi mano y me dediqué a acariciar el terminado de tus uñas, que según me contaste es un tratamiento que te hacen para evitar que te las comas. Parecen uñas postizas. No me gusta. Quizás también me tenga que hacer algo por el estilo porque todavía me duele el dedo gordo de la mano izquierda, al que le comí la uña el domingo por la tarde, después de volver del cine.

Terminamos la cerveza (vos tomás muy poco porque no te gusta) y caminamos por la avenida. Fuimos hasta la parada de la línea N. No quise ni quiero besarte.

El resto de la noche habíamos hablado de lo bien que nos hacemos, de lo mucho que nos gusta estar juntos. Hablamos también de tu aniversario y de mi viaje al campo con Mercedes. Cada vez que hablamos de Mercedes tenés un comentario desmerecedor para su inteligencia, y no es para menos. Te conté sobre mi estado de salud porque, si bien no tuve episodios de taquicardia, el corazón mantuvo un ritmo extraño durante toda la velada. En realidad el problema venía desde antes, cuando empecé a caminar con Maxi. Maxi es un tipo raro, me habló mal de Shirley pero dijo que tenía buen culo. Destacó eso. Maxi es un asqueroso machista de los que no me caen en gracia. Ningún machista me cae en gracia. Maxi gusta de Florencia pero dice que ella es muy histérica. Según él, de las histéricas hijas de puta. Mercedes también es histérica pero no me parece para nada hija de puta; aunque presiento que Florencia le gana en inteligencia. Y definitivamente Florencia es más linda que Mercedes. Mercedes quiso verme cuando estuvo en Bariloche pero no respondí su llamado. Creo que no te conté ese detalle ni tampoco te hablé de Maxi, ni la insulté a Shirley delante tuyo, ni se me ocurrió contarte de Florencia (no lo entenderías). Tampoco fui sincero. No te besé ni te besaría porque todavía persigo a Anaclara por todos los rincones. Anaclara me importa más de la cuenta. Por eso estaba mal. Ya ni te debés acordar que te lo dije cuando apenas empezábamos a hablar; vos me cortaste de repente, diciendo dos o tres cosas de tu triste y monótono aniversario número tres. Pobre Lucas, se va quedando sin ideas y vos estás cada vez más lejos suyo. No te quiero cerca mío. No del modo en que te quiere Lucas. En fin, el lomito fue estupendo. Comimos como dos desaforados y el pan estaba crujiente, con una lechuga fresca y los cubos de tomate concassé tenían el grosor adecuado; la carne fina era tierna y el queso con el huevo eran una compañía sin igual. Las papas tenían demasiado aceite, pero dejé sin comer la mitad de la porción que me sirvieron.

Dejamos diez pesos de propina.

Yo III

La impunidad no me es indiferente y --en mi caso-- te lo había adelantado antes de hoy y cada vez que te nombré o te hice escuchar la canción. No puedo evitarlo, la pongo sin cesar y siempre habla más de mí.

Diario

Recordé tus placeres gastronómicos. 1 kg. de pasas de uva bañadas con chocolate, en Sweet Sweet Way, vale cien pesos argentinos. Compré una bolsa. Parecen deliciosas.

Estoy mejor que ayer. Me siento mejor. Mucho mejor. Caminé hasta el Garbarino del Nuevocentro Shopping. Vi un pullover en tonos blancos y celestes que me deslumbró. Nada más. En el Nuevocentro casi que no hay nada interesante.

Volví caminando hasta Bv. San Juan y Av. Vélez Sársfield. Saqué dinero del cajero nuevo, el que pusieron en la esquina. Tengo que pagar el pedido a los fabricantes de Polipluma. Tomé un taxi hasta Pueyrredón y Belgrano. Pregunté en el almacén que queda enfrente de la plaza y en la plaza misma. No tienen almendras.

Caminé hasta Iriarte y Mayor. En el camino vi al chico del que no recuerdo el nombre. El que vive en Iriarte cruzando la calle Mayor, al lado de la casa de los Arévalo. De cualquier forma, no importa demasiado su nombre; en algún tiempo se irá a morir y antes no hará nada para que lo recordemos; a lo sumo se cargará algún muerto o cosa por el estilo. Lo vi trabajando en la obra en construcción que está al lado de Club R. Más adelante, cerca de la calle Mayor, por Iriarte, una señora me saluda. Creo que no la conozco.

Tengo la remera empapada en transpiración. Caminé mucho y bien. Ahora estoy preparando un desayuno. Café, tostadas de pan al horno (vuelta y vuelta hasta que se tuestan) con una rodaja de queso fresco arriba. Cuando el queso esté derretido y el café humee me voy a sentar a celebrar esta mañana de otoño.

El otoño es la estación del año que más prefiero.

martes, 10 de mayo de 2011

Ilustramiento

hacinamiento*

   1. m. Amontonamiento, acumulación.
   2. Aglomeración en un mismo lugar de un número de personas o animales que se considera excesivo:
      varias asociaciones están denunciando el hacinamiento de los inmigrantes.

*Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe.

Ella y ella

Está en una caja de EPEC y metés las manos como si nada. Encima te reís. Me da bronca que tanta frescura te siente tan natural y tan bien. Me das el bicho. Camino hasta Av. Colón y Mariano Moreno, tomo por plaza Colón (donde otra vez me esperaste y te enojaste porque lo nuestro fue casi una visita de médico, que te regalé rosas, que tuviste tu primer orgasmo conmigo, en la mesa de la cocina conmigo), sigo por Av. Colón hasta el Banco Francés de calle Santa Rosa. Doblo a la izquierda. Vivo enfrente de la whiskería. Subo hasta el piso siete y pongo el animal a descansar. Ronronea y es pequeño, tanto que da ternura (antes que quemaras mis fotos solía tener una donde salía la gata sobre una hoja Rivadavia y se podía medir el tamaño, chiquita como gato de apenas meses). Le pongo nombre. Me voy a dormir. Cuando me mudé de ahí se vino conmigo y cuando me mudé de la calle Corro también me la llevé.

Viene Rocío y la levanta con las manos. Estamos en la esquina de José de Iriarte y Mayor, vos venís un poco más atrás. Son las 16 hs. Es gris y blanca. Pequeña como la otra. Rocío y yo estamos de acuerdo en llevarla pero vos te negás; pero Rocío tiene una sonrisa que empieza en esta esquina y termina en aquel otro mundo, ¡que te da una cosquilla a la mañana!, sobre todo a la mañana. Rocío todavía tiene todos los dientes y se ríe y ya le puso nombre y tiene el pelo negro suelto y le brilla con el sol de la tarde y la tiene en la mano y la levanta, la mira por abajo y por arriba y le brillan los ojos grandes y se sigue riendo y es una bella escena. Se viene con nosotros. El bicho se viene. Ronronea.

Yo II

Ahora me acuerdo que me gustaba tanto comer naranjas en el desayuno y pararme en el portal del dormitorio a mirar tu cuerpo destapado, la bombacha marrón con labios rojos.

lunes, 9 de mayo de 2011

El juego de los 6 mm /II

Julio se paró cinco veces.

25 cm. fue lo primero que aceptó pedir. Se lo aceptó a él mismo (le tocaba dirigir el paso). Dale, le dijo, hasta que la docente se acercó lo suficiente (los 25 cm.) como para que a Julio le temblara la voz. A Julio le tembló la voz y así supo que había sido suficiente. La segunda vez que se paró, que fue el turno de la docente, cuando a ella le tocó dirigir el paso, Martina dijo dale una sola vez y dio por terminada la cosa. 132 cm. de distancia. Julio, que había temblado con la proximidad anterior, respiró aliviado.

Por más que suene contradictorio, él, que había inventado y promovido la actividad, más seguridad tenía mientras más lejos se encontraba ella. De los primeros resultados se puede deducir lo lógico: ni Martina ni Julio estaban dispuestos a franquear barreras que, habiéndolas necesitado, ambos pusieron entre sus cuerpos.

No más de 9 cm. fue la próxima marca, la tercera. Si Julio tembló al aproximarse menos de la mitad, hay que imaginar su estado al llegar tan (¡pero tan!) cerca de Martina. De forma sorpresiva ella había comenzado, y dale, y dale, y dale. Julio apenas podía respirar. Con solo estirar la mano podría haber acariciado la mejilla, haberle levantado la remera por la espalda, llevarla hasta la mesa de atrás (la mesa negra), desprender el jean, subirse encima de ella. Tan cerca de la caricia que se sintió nervioso.

Hasta ahí siguió todo tal como estaba previsto. Él comenzaría con miedo y terminaría con más miedo todavía. Martina tiene una mirada que corta el aire. Es una mirada directa y sincera, que no da rodeos para mirar lo que se propone mirar. Julio tiene problemas al corazón y, en determinadas circunstancias, sufre de taquicardia. A los 9 cm. no pudo diferenciar si tenía un episodio de arritmia o si la emoción, la tensión, los nervios, le jugaban una mala pasada (en otro momento Martina le preguntaría si se sentía enamorado y no iba a poder contener los gestos que lo delatarían).

Después de la última marca, la tercera, tuvo que despedirse con esa sensación de proximidad, cuando llegó la hora de mandarse a mudar a otro lado. Julio empezaba a aceptar que cada día le costaría más alejarse de aquel ímpetu femenino que Martina ostenta. Pensó en la canción Lucha de gigantes que alguna vez le dedicó y se conformó con recordarla el resto del tiempo que duró el largo fin de semana. El domingo tuvo sensaciones raras, cuando después de pasarse la noche del sábado soñándola fue al cine presumiendo tener todo controlado. Durante la película no hizo más que contar buenos y pasados recuerdos.

El próximo lunes pasado aquel jueves 5 de mayo, empezaría de nuevo, otra vez era su turno. Julio tuvo la necesidad de explicar un poco algunas circunstancias que lo llevaban a proponer juegos, a soñar con Martina, a perseguirla aquí y allá con propuestas de las más variadas. Martina escuchó en silencio y supo que Julio estaba siendo del todo sincero (también se dio por enterada de que a Julio le cuesta ordenar ideas en este punto y que tal vez no le esté contando todo lo que le pasa, por pura dificultad expresiva u omisión deliberada de algunos detalles que él prefiere cuidar). En medio de la explicación le dio un ejemplo: dale, dale, dale, dale y dale y dale y más dale. Martina dijo que no podía avanzar más (aunque bien sabía que tenía todas las posibilidades). Julio insistió: dale. Temblando pero convencido de lo que hacía, podía escuchar la respiración, desenredar los miedos, encadenar el tiempo. Ahí, ni uno ni dos milímetros más. 7 u 8 (también se rió en silencio dadas las coincidencias con el programa pagado por el gobierno represor de los kirchneristas). Julio no pudo moverse. Un músculo y sus ideas que entraron en ebullición. Martina no podía notarlo pero el estado de excitación de Julio parecía el de un adolescente que descubre el placer al sacudir el pene en reiteradas oportunidades. Amagó con mover la cabeza y Martina (quizás con un poco de miedo o de nerviosismo, o de asco) sacó rápidamente su cara y dijo listo, ahí tienes tus seis milímetros. Siete milímetros, u ocho, que demostraron a Martina que Julio estaba dispuesto a saltear su nerviosismo, aunque sea tildado de loco, miedoso, ambicioso y lo que fuera.

Julio dice que él no deja de admirar a Martina, por más que ella piense que la vida suya sea un fraude día tras día. Julio --y Martina también-- sabe que no volverá a cruzarse con una sonrisa y un cuerpo semejantes.

Ahora le toca a Martina. Y dale, dale, dale... Listo. Martina --que sabe cuándo abandonar-- se da por vencida a los 5 cm. y Julio pierde sus posibilidades (él le había aclarado que avanzaría y Martina, que no pierde miedos ni cuidados, lo mantuvo lo suficientemente lejos como para que no pudiera cometer errores).

Ahora le toca a Martina decir basta y Julio espera que no llegue el momento.

Hoy Julio y Martina rechazan aproximación alguna; mañana también. Martina le pregunta a Julio si la quiere volver loca. Julio se perturba.

Un cortado chico VIII

Me da pena

que opines
sobre la locura
con la carga

que opinás
que está mal

me da pena

porque considero
de lo más normal
que los mortales

queramos sobredosis
de miradas

de Anaclara

total hay tiempo
para resucitar
cuando te has ido

y no se respira más
el aire entrecortado
(no puedo respirar)

me da bronca que mi exceso
te pese y pienses

que estoy loco.

Belén II.

No ponemos horario de encuentro. Llego a la ECI. Pregunto por vos (a vos y por mensaje de texto). Estás en la fotocopiadora. Fuiste por unos apuntes que necesitás para preparar una materia de cuarto año. La Universidad Nacional de Córdoba es elitista.

Estás efectivamente parada en la fotocopiadora y con un saco rosa que te queda lindo. Hace frío y me puse una campera negra. Debajo tengo uno de mis abrigos típicos: el jersey a rallas horizontales, verdes, blancas. El abrigo es sintético y de muy pobre calidad. Fue útil para el camino, que empecé más allá de M. T. de Alvear. La noche era cerrada y las estrellas, más todavía entrando a la Ciudad Universitaria, eran claras y brillantes. La suciedad de las ciudades, suspendida en el aire, tapa las constelaciones de manera casi obscena. Pero el martes estaban brillantes y en una parte del camino me detuve a disfrutarlas. A veces la gente me mira y con cierta razón debe pensar que estoy loco. No soy como el resto: camino rápido, apenas si me detengo cuando el semáforo lo indica (cuando no puedo sortear los automóviles), voy escuchando música y de repente me paro atraído por una estrella, por un cipres, con un álamo que baila, por un detalle en el cordón de alguna vereda, por un cartel o una prensa obrera. En fin, la palabra sociedad debe tener algún parentesco cercano con "suciedad" y "ciudad"; suenan con picaresco parecido.

Estás, efectivamente, en la fotocopiadora, parada, con tu saco rosado. Puedo tocarte. Te abrazo y puedo tocarte. Me besas y nos besamos. El cachete, como siempre que hace frío, rosado como el saco. Tus dos cachetes. Me preguntás si ya salí de clase y te explico, por enésima vez, cómo es que manejo mi estudio: que no curso, que sólo oigo las clases que me interesan, que me preparo para rendir en calidad de alumno libre cuatro materias (¡Movimientos Estéticos y Cultura Argentina entre otras!).

Entonces vamos hasta una emisora de radio a retirar tu baucher para la casa de pool y bowling que está sobre la Av. Vélez Sarsfield, frente a la nefasta comisaría donde asesinaron a los siete detenidos. Los quemaron, ahora que me acuerdo. La radioemisora queda frente a la Iglesia del Sagrado Corazón (Padres Capuchinos). (Los Capuchinos también usan el hábito marrón con la cuerda, como los Franciscanos, y son fáciles de diferenciar de otros religiosos; son contemplativos porque se dedican a la observancia, que es una gimnasia que tienen los creyentes de atender a sus actitudes y a las del resto, casi siempre condenando a los que no actúan a imagen y semejanza con Dios. Son un desprendimiento del orden franciscana de la observancia y no muy distintos al cordobés medio, que también condena severamente a los inmorales y ateos como yo). El Capuchino es uno de los café más ricos que se puedan probar en el bar La Habana, siendo que en Córdoba no abundan buenos bares de café. En La Habana sirven tazas pequeñas pero suficientes con un café tórrido que termina en una espuma fresca con lluvia de cacao. Siempre escuché que el cacao era el elixir de los dioses mayas y yo presiento que si los Mayas (sus dioses y sus esclavos) hubieran conocido los ojos de Anaclara hubieran renunciado al cacao (y al café también) por muy poco esfuerzo. Como Radio Gamba estuvo cerrada para la hora que llegamos, decidimos cruzar la cárcel del Buen Pastor (otro claustro religioso regenteado por las monjas francesas de la Congregación del Buen Pastor y apoyado por la Sociedad de Beneficencia cordobesa, que funcionó mucho mejor cuando fue convertida en cárcel de mujeres) hasta llegar a otro bar, La Panna, donde nos servimos dos submarinos con una medialuna cada uno.

Te habías quitado el saco rosa y quedaste con una remera blanca, que de todos modos te quedaba linda. Tomamos despacio, sorbo a sorbo, los submarinos calientes. Lo mejor del submarino es cuando tiene buen chocolate y suficiente cantidad. Éste era un buen submarino. Como de costumbre, evité usar azúcar, como hago con casi todas las bebidas salvo el té de té (al menos que tenga la suerte de encontrar en Córdoba un buen producto que me haga disfrutar y no pensar en cuánto daría por una buena infusión de té). Vos usaste dos sobres de azúcar, por lo que me imaginé que te es casi imprescindible usarla. No objeté la medida, como sí podría haberlo hecho con una persona que me generara menos inseguridad. No sé qué es, tus ojos, tu forma de mirarme y de hablar, la historia que compartimos... No sé. Estoy seguro que debería dejar de sentirme inseguro cuando estoy con vos, pero me supera el sentimiento. Es otra afirmación de la norma: la razón es un desarrollo prematuro si se la compara con la firmeza del sentimiento. Sentimos desde que nacemos y razonamos desde que podemos. A veces por esto nos acusan de locos, de desvariados. A mi me gusta pensar que son las limitaciones que tenemos por superar.

No lloraste ni nada. Mientras contabas las desventuras con Lucas y asegurabas no saber qué hacer (a veces, últimamente, no sé si creerte del todo), te dedicabas a acabar el submarino y a dar bocados a la medialuna. Nos dimos las manos y entendimos que nada mejor podía pasar en aquel momento, que el amor era un reducto de la conducta humana, casi siempre disfrazado de sentimentalismo humanoide. Al menos yo parecía más avivado, con más esperanzas, cuando hablaba de Anaclara. Vos no podías creer que insistiera con el tema. Siempre pensaste que Anaclara no cubriría mis expectativas (al tiempo que me pusiera con ella me lo confesaste, si no fue después de que terminara definitivamente con mis expectativas, que ella me dejó o yo la dejé a ella, ya no lo recuerdo con exactitud). Anaclara excede mis expectativas y ahora que el tiempo me hizo más dócil puedo aceptarlo. Pero el tema es tu relación con Lucas. En eso no hay nada más que se pueda hacer y lo afirmo con toda la certeza. A veces sueño que volvemos a estar juntos, que viajamos por donde se nos antoja.

Cuando me paré para ganarte de mano al pagar la cuenta (que mentí con que iba al baño) me descubriste y te reíste como antes, cuando solíamos pasar tardes en la Ciudad Universitaria, donde están los patos, en la laguna frente al Pabellón Las Brujas. Después fui al baño y cuando volví te llamé (me paré en la parte trasera del local y dije tu nombre con fuerza, alejado de donde estabas) para que vieras el espacio que tienen preparado para los niños. Pensé que te interesaría por la relación que guardás con tus sobrinos. Pensé también en cuánto extraño a... Pensé en lo buen mamá que es Anaclara. Estuve a punto de sentarme en las sillas pequeñas a pensar, a recordarlas a las dos. Aprovechaste y fuiste al baño, después de asegurarme que tus sobrinos morirían por estar allí (¡estuve acertado!). Cuando volviste intenté abrazarte y, casi intuitivamente, quité la mano de inmediato. Al salir ibas a contarme que en el bar permaneció una compañera de Lucas y que eso podría llegar a traerte problemas, e iríamos hasta 27 de Abril, casi esquina Vélez Sársfield, hablando del asunto, sólo cambiando el tema en la vidriera donde vi el collar de colores y la blusa rosada (no he vuelto a ubicar esta tienda) y en el bar que nos gustó para tomar vos un Dr. Lemon y yo una Cerveza.

No tuve novedades de que tuvieras problemas con Lucas por el asunto. El día viernes me quedé con ganas de salir con Anaclara. Me pasa algo que me gustaría contarte, Belén. Tengo una ansiedad que me estremece, que me pone torpe, por contarle a Anaclá los porqué de mi insistencia por hablar con ella. Parezco un disco rallado y espero que vos estés mejor.

Sabés, últimamente sueño todas las noches con lo mismo y eso no me da pena. Siempre que me puedo dormir, sueño con lo mismo.

sábado, 7 de mayo de 2011

Yo I

Soy un inutil.

Todavia no encuentro la manera de escribir todo lo que te extraño los fines de semana.

jueves, 5 de mayo de 2011

Dale

Se supone que acá hay una comedia.

(La más linda, pregunta: acá hay una comedia. Y si la hubiera --pregunta--: qué personaje le toca, qué lugar ocupa. Está de acuerdo con la teoría de los roles sociales, que cada cual asume una actuación dependiendo del lugar donde le toque desempeñar un rol).

(La más linda sigue preguntando: qué lugar ocupa la señora alta de cabellos delgados y negros).

(Sin apagar los ojos la linda. Está parada y las manos le caen al costado de la cintura a la linda. La cintura esa de la linda es un paraje maravilloso y lo peor de todo es que él lo sabe. No apaga ni los ojos ni la sonrisa la linda. Hay veces que la linda, que ser torturadora le sienta bien. Ésta tortura, la de andarse paseando la linda para que uno la desnude pero llena de ropa a la linda).

(La misma que estaba preguntando sigue preguntando: qué lugar ocupás vos, si existiera la comedia).

(La mujer linda me pregunta a mí. Tengo miedo. Le respondo cualquier cosa. No le hablo del enamorado más allá de las circunstancias. Le respondo lo que yo no quiero decir y lo que ella quiere escuchar: que la vida es así: uno más uno dos y dos más dos son...: que no hay nada de qué preocuparse. Y me inundo en la preocupación de no perder el pulso y que me tiemble el ojo, que se me escape un suspiro, que un rulo se dispare, que la cara se sonroje, que me tiemble el corazón, que de mi boca salga la palabra Sanantonio, que descubra mi punto débil. Tengo miedo que corra espantada y no entienda un carajo, que piense que la quiero volver loca, que no me espere hasta que termine de explicar, que nos interrumpan. Le digo que le voy a contestar lo que pregunta. Que de todas las preguntas es la mejor que podría haber hecho. No le digo ni de quién ni de cuántas estoy enamorado. Me sigue temblando la voz y lo sé, me doy cuenta, yo no soy de poner la voz tembleque, ella me la pone así, con su acertada pregunta me la puso así. Le voy a decir que no hay ni una puta comedia ni ocho cuartos, que ya me rendí ante mí mismo para convencerme de que el mundo es matemático: que uno más uno: que no me creo ni yo lo que me digo: que estoy seguro de lo que siento y lo que quiero: que por eso le quiero explicar la diferencia entre una cosa y la otra. Quiero explicarle esa diferencia para que pueda entenderme, que no quiero volver loco a nadie. Al final va a terminar convenciéndome de que el loco acá soy yo, y cuando lo haya logrado... Ahí sí que no va a haber fuerza que me pare: la voy a abrazar, le voy a hacer cosquillas y la voy a someter a todos mis besos por todos los cachetes y todos los rincones que tenga libre, porque no hay nada mejor en este mundo que te hayan convencido de que estás loco).

(La vida es una comedia).

miércoles, 4 de mayo de 2011

El juego de los 6 mm /I

Martina, la docente, está parada detrás. Julio sigue sentado en la silla pequeña, frente a la computadora y se esmera por hacerle entender el mecanismo del juego que acaba de inventar (dibuja en la pantalla). El juego del hacinamiento, según Julio lo nombró. Antes Martina había estado sentada en la silla al lado de Julio, y él, que la tenía a mano, trataba de acercar su cuerpo para que entendiera con un ejemplo lo que produce el acercamiento y el alejamiento de las personas en determinadas circunstancias.

El juego consiste en medir la tolerancia a la aproximación de los cuerpos en situaciones y con emociones distintas. Por ejemplo, si un día te peleaste con una persona -piensa Julio- vas a necesitar mantenerte lo más alejado posible. El juego le va a servir para medir los estados de ánimo con Martina.

Martina -igual que Anaclara- le pone espinas a las rosas. Pregunta si en el juego se permiten agresiones físicas. Julio, sorprendido, contesta que sí, pero la regla es que los eventuales golpes no deben dejar marcas. Martina acepta el desafío y Julio promete llevar un registro de los cambios entre las mediciones de proximidad.

Hoy Julio y Martina rechazan aproximación alguna; mañana también. Martina le pregunta a Julio si la quiere volver loca. Julio se perturba.

martes, 3 de mayo de 2011

Celeste I

Yo no te voy a decir que no la estuve mirando desde que entró al comedor. Tenía las botas extrañas, marrones y de cuero, el pantalón blanco desgarrado en las piernas, una remera que de todo era lo más lindo. Celeste tiene el peinado de las mujeres que acaban suicidándose. Lo sé detectar porque leí ensayos sobre el suicidio escritos por el infalible Durkheim. La firma se supone que también dice sobre las conductas suicidas de la gente. La mía reúne todas las características.

Después de la quinta cerveza abrimos el vino tinto y a mi me tocó llenar las copas. Discutíamos si el 1° de mayo era una fecha para la celebración o para la conmemoración. Yo digo que celebración y conmemoración son casi sinónimos. Se usan como tales. Uno y el otro han perdido identidad y casi la gente los confunde. Celebración es netamente un festejo, mientras que conmemoración es el recordatorio de un hecho o una persona, aunque por preferencia se usa en acontecimientos de festejo. Hicieron un homenaje en conmemoración del poeta argentino. En fin. El día 1° de mayo no es ni para el festejo ni para la conmemoración estática. Para mí es un día de reflexión y denuncia. Íbamos por el vino y no creí conveniente manifestarme de esa manera, aunque tampoco me quedé callado.

El tema llevó a dos de nosotros a enredarse en una discusión de palabras que ni ellos entendieron. Después sobrevino un silencio que pensé nunca acabaría. Pero Celeste habló de su ex novio. Martín es un hombre que la tiene desencajada. Ella opina que lo ama, o que quedó obsesionada con el amor que tuvieron y no le da crédito a su psicólogo -un freudiano confeso de 60 años- cuando sentencia que es la dueña absoluta del problema.

Me mira a mí y solamente a mí (hay otras personas al rededor de la mesa rectangular, algunos de los cuales cabecean por el efecto del vino y la cerveza). Llevamos más de cuarto de hora hablando de lo mismo. Martín le pegó en reiteradas ocasiones mientras duró la relación y para el final le preguntaba si le gustaría compartir el momento con otras mujeres mientras hacían el amor (ella dice "mientras teníamos relaciones"). Le acabo de preguntar si ella tendría amantes y me está mirando en silencio; parece perturbada por la pregunta, o sino sufre un letargo que podría ser también producto del consumo de alcohol.

--Es así-- dice Celeste. --Si yo quiero hacer el amor con vos te llamo y te invito a mi casa, pero no le cuento a Martín--. Me pide el número de teléfono. No mira a nadie más. No habla con nadie más. Me pide que le haga un cuestionario. Le hago el cuestionario. --¿Vos soñás con tu novio? ¿Vos soñarías conmigo? ¿Vos siempre mirás así a la gente? ¿Me hacés acordar a alguna otra mujer de ojos grandes y jerseys turquesas?--. --No--, me contesta.

Celeste y yo bajamos a comprar más bebida. Antes de entrar de nuevo al lugar donde estábamos reunidos me toma del brazo con fuerza (dice que el soplido del viento cuando es así de fuerte le da frío). Yo le digo que no desperdicie su vida con promesas, con una imagen de un hombre que nunca será cierta. Me dice que odia a Martín y que lo ama al mismo tiempo. Le cuento que amo a Anaclara. Intenta besarme y le explico que está bebida de más. Se ríe y se abstiene. Fui descortés, ahora que lo pienso. Pero fui terminante: me acercó la boca y le tomé la pera, después le dije: no Celeste, te confundís por todo lo que te tomaste; te tenés que tomar menos así te podés disfrutar de todos los momentos de la noche, los buenos y los malos. Le sonreí.

Entramos de nuevo y hablamos del vino, de las noches estrelladas del campo en Córdoba, de los amores incompletos.

No miré a más nadie. Dije que estaba cansado y me fui por otra cerveza al bar aquel donde los solteros comparten copas. Celeste tenía el pelo lacio y achatado sobre la cabeza, ni una sola ondulación, caía hasta debajo de los hombros. Apenas si se lo arreglaba de vez en cuando, pero el cabello seguía inmóvil, casi sin vida, como el de las mujeres que van a...

lunes, 2 de mayo de 2011

Todos quieren volver a casa I

Qué si leo lo que pensás, lo que dedicás con tus Dedicadas
que sí que no me aguanto la tentación que
no puedo asir el mundo en tres oraciones
para volverlo mundo
y ponerlo acá en el enmudecido rincón de las
palabras tediosas y las frases mal dichas
con canciones de las más tristes que ni
te sabés de memoria ni me sabés cantar
me dedicás
aunque me devuelvan mi servidumbre hecha pedazos
entres con la mirada en el cabello de la frente
mires corras cortinas sudes recuerdes
que estoy por escribir sobre aquel día que
me dijiste te amo
la última vez
te acordás
esto no es un tango
esto no es nada
esto son tus ojos
esto es lo que tus ojos escriben casi mudos pero gritando
esto es tus aros azules marca corazón
el corazón azul que te dejé cuando
decías del príncipe
azul
maltrecho
oscuro.
¿Éste es?
el final.

domingo, 1 de mayo de 2011

Penas y alergias del amor

Si te llevo mandarinas y no es suficiente, pero tambien te llevo medialunas con dulce de leche, pero tampoco, vos me dedicas la canción mejor escrita sobre la guerra del amor, quiere decir que, o yo tengo que dejar de comprar estrellas, o tu tienes que cerrar el porton.

Cualquiera de los dos que lo haga primero no importa, porque el latido que escucho (mirá, sentí) sale del pecho con esta tristeza que vos decís que ni te importa, pero qué tanto, sino ni me preguntarias por qué ultimamente te busco asi, te miro tanto, te cuento tanto, en cada estrella que me aconsejo por las noches.

Y así es menos doloroso y mas enfermo que de ninguna otra manera. Yo no me hago cargo de las cosas que tengo para decirte y para pedirte ni vos tampoco. Caminamos la estrepitosa y apasionante cuerda de lo que ya fue y nunca será, pero la caminamos. Mirá que lindo.

Aunque de los dos me siento afortunado, porque ni lo que hacés en mi contra, ni ninguna otra cosa, podria matarte en mis recuerdos. Y todavia veo La Era del Hielo 3 y la mamut tiene tus ojos y tus cualidades de mujer aventurada, espontanea y madre única. Todavia pienso eso mientras te busco y encuentro el veneno que te di pero mejorado y untado en la tostada que me das al desayuno. Aunque no podes suicidarte dentro mio, o disfrazarte. Y hace mucho que ya me habias enseñado a escribirte poesias y no te dabas cuenta. No vengas ahora con que es otra de mis mentiras, que ni te amo ni nada, porque siempre mis verdades fueron lo mismo para vos: el sillon incomodo donde ver una novela por un rato para despues cambiar de canal porque el asiento se puso pesado.

Si queres voy a tu casa y te enseño la pelicula. Llevo pasas de uva con chocolate. Vos miras tranquila y yo sigo completando los bosquejos que tengo: apasionados retratos de tus ojos, tu boca y la cicatriz en la oreja.

No podes quitarme absolutamente nada de lo importante en mi mirada, inutil. Seguis siendo hermosa.

lunes, 25 de abril de 2011

Un cortado chico VII

Estar enamorado
no es recibir amor a cambio

de dar amor a cualquier precio
y no morir en el intento

saltando paredes y
cayendo a piletones vacíos

de los que se vuelve con
dolores de almas, dientes, huesos y todo.

Estar enamorado es
un Chapulín Colorado

que tiene capa nueva
y aprendió a volar

nada lo tumba
los males de los males

son así de chiquitos
porque hecho supermán

está enamorado
sin más explicaciones.

Un cortado chico VI

Ayer el otro día
me pareció que volver a casa
y alejarme de vos
apagar el Tetris con el que te tocaba la pierna
era una tortura desmedida.

Hoy este día
me parece que alejarme de mí
dejarme en el lugar donde te quedes
pagar la herida que me cobres
es mi asesinato merecido.

A la mañana

El martes se va a levantar el hombre y va a repasar cuidadosamente para ver si olvidó algo de lo que pudo haber soñado. Entre cosa y cosa, va a auto convencerse de que sigue soñando con lo mismo: el viernes van a salir a las 8 pm. y vas a decirle que lo esperás en el Creambury de Ruta 20, van a conversar y va a poder decirte lo que tiene atragantado, al fin te tomará de la mano y se sentirá entero, o a medio llenar pero completo con tu compañía.

Es un tarado: antes de la mañana del martes, el lunes por la noche, va a comer ravioles. No es un tarado, es un nostálgico.

El viernes, el martes, el lunes; cada vez los días se repiten con el mismo pulso, el igual perfume, la misma disonancia, de querer repasar la vida y no tenerla a mano.

Un cortado chico V

Miro televisión antes de acostarme
anoto en el aire
amo las cosas simples
de la simple vida
y miro televisión antes
de soñar con vos
morderme el alma
y perseguirte y no alcanzarte
miro televisión que te deja más lejos
de lo que la costumbre aconseja.

Te extraño.

Una cara de la hermosa moneda

Ahora quiero destacar, de Martina, su costado más femenino, que no es el cuerpo (por cierto, hermoso), ni los ojos que tantos alagan (una perdición para los mortales), ni la sonrisa (el elixir para las penas y la frutilla del postre, que son los labios). Nada de eso. El costado más femenino de Martina es también su costado más humano.

Es cierto, se hace inevitable confundir su costado más femenino con la postal de su cabello en la frente, debajo la mirada oculta en el flequillo, debajo los dientes que muerden el carnoso labio, debajo los hombros de su postura encorvada, debajo el escote y adentro del escote la carne, el cuerpo que se asoma invitando al mirón a transitar los parajes del placer. Ahí puede uno descansar sus intenciones más íntimas, resbalarse una y otra vez con la piel dura, apretar los pezones, besar con calma o desenfreno. Se ve el corpiño y se ven los pechos y la imaginación te deja en un lugar sin igual. Un lugar del que se puede volver pero al que se extraña como ninguna otra cosa (y cuando Julio dice algo lo dice por experiencia).

Martina se para al frente de los alumnos y lee una poesía. No tiene escote. La sonrisa viaja en cada palabra que pronuncia. Se equivoca en la lectura y retoma la poesía. Casi inventa una nueva metáfora en el acto de saber leer y saber equivocarse. Hace años decidió su profesión. Salió de su casa y renunció a un plan social que un partido zurdo le daba cual limosna. Dijo que podía hacerse cargo de un frente difícil: leer cuentos, mirar a los alumnos, hablar con la verdad, trasnochar para planificar una acción. Martina tiene 27 años.

Entra la docente y se asegura que sabe leer: abre la puerta, corre cuatro cortinas y abre una ventana. Entra la luz detrás de la mujer. Es Martina, que entra y pide que le impriman Borges, entre otros, para que todos sepamos que sabe leer.

La mujer que sabe leer aprendió docencia al compás de una canción de Víctor Heredia. Va, "docencia"; aprendió a conseguir que otros aprendan (es un poco más que docencia: es humanismo, es heroísmo). Más tarde, y con más ahínco, y por más tiempo, practicaría con la niña aquella, que se sienta en la punta de la silla porque el mundo le queda incómodo de tanta cosa fea que ostenta. La niña que sabe hacer cosquillas, como me gusta decirle. Sabe, la niña, que en el mundo hay tanta cosa fea, porque su papá y su mamá, y las personas que tiene cerca, supieron hacer de ella una pequeña contradicción del mundo: el puñado de ternura, las pícaras audacias, la afición por la música y la lectura, el gusto por las matemáticas, la sensibilidad cuando llora o dibuja o escribe. Ahí fue a practicar su costado más mujer, más humano, más femenino, la Martina de la que me gusta hablar. La nena corre con chuletas por la casa y baila como a ella le gusta. Es viernes y recién se encuentra con su madre. Rebalsa de felicidad en ese ecosistema que ellas conocen a la perfección, que ellas dos crearon mucho antes que la niña se sentara en la cama y le dijera que siempre la cuidaría. La nena se ríe con la boca abierta y los dientes caídos, achinando los ojos y frunciendo los cachetes violetas que tiene. Es sobrina de una jovencita que luce el nombre de una canción de Víctor Heredia, la misma con que Martina aprendía a ser eso que digo cuando digo que es docente.

Entonces lee la poesía y sugiere al aula que dibuje. La poesía -supongo que ella lo sabe- es como tener miles de oleos y caminos y paisajes en tres o veinte renglones. La poesía es fascinante. Entonces la docente les pide que dibujen y los alumnos preguntan qué es dibujar. Martina sonríe, muerde los labios y me mira como apesadumbrada: de nuevo me muestra su costado más femenino. A mi -al Julio que todo lo puede y todo lo sabe- me toca desvanecer. Ahora me trae de nuevo a mí mismo: chicos, no se aflijan, dibujar lo que más les llamó la atención de la poesía (y mueve sus manos al compás de las palabras, en un intento por hacerse entender). Es docente. Es una perfecta mujer que sabe ser docente. Es, por eso, la más bonita en su género y su género es femenino. Es la más héroe de las heroicas. Quizás yo no lo sepa y ella haya fundado alguna corriente superadora de la condición humana, cosa que me habría ocultado durante todo este tiempo, y para cuando los mortales comunes y ordinarios hayamos develado la clave de la humanidad, ella nos sorprendería con otra fórmula superadora y garante de la mejor felicidad. Aunque esto último, supongo, son divagaciones por mi embelesamiento.

Apaga la luz y cierra el lunes conmigo dibujando. Quién pensaría que un día cualquiera, común como cualquier otro (salvo por su presencia, por ella, que abre todas las cortinas y hace entrar luz hasta a mi imaginación) yo terminaría escribiendo que nadie podrá asesinar a los que guardo en mi memoria, gracias a su docencia.

Hoy quiero enaltecer y detenerme en éste, el de Martina (la que también tiene más de un nombre), su costado más femenino.

Un cortado chico IV

Te cuento un secreto.

Cuando te miro de abajo para arriba
y al revés
trato de desnudarte
todas las veces que lo hago.

Un cortado chico III

Cuando escribo poesía en tu nombre
o con tu nombre
el pulso me tiembla
quiere decir que aún no pudiste
suicidarte dentro mío.

Y llegás peinada
raro y me pregunto que habrás hecho antes
y no encuentro respuesta y
te sigo con la mirada
y te perdés.

Mis juegos y tus conjuros

Un día que fue más que una simple siesta, entraste a la habitación que tenía por aquel momento: un cuarto de tres por tres, una cama de dos plazas, una mesa de luz de mimbre a cada lado de la cama, un placar empotrado en la pared, y no recuerdo si también una ventana en el costado izquierdo del dormitorio. El piso de mosaicos. Una habitación agradable, para nada ostentosa.

Afuera quedó aquel milagro de Martina, que era como el seguro de virginidad absoluta, o la paciencia cuando de amor se tratara. Martina hacía mucho que -según sus palabras- no amaba.

Te dije 'entrá' y vos pasaste temblando. Antes que llegaras, Martina, ya había puesto música. Elegí de una lista: Sabina, Estelares (me acuerdo de una versión del tema de los Virus, Pronta entrega, que me gustaba bailar en aquella época), Las Pastillas del Abuelo y un disco llamado No Olvides, de Baglieto-Vitale, que hoy sería algo así colmo del affaire que sueño entre Martina y yo (Julio). Te dije que entraras en la habitación. No te gustaba que me llamara Julio.

Exigiste que explicara la dinámica del juego, siempre tan precavida. Todavía te sonreías y los cachetes de la cara estaban de color rosado. Llevabas una pollera de picos, blanca, con la que pusiste en el altar a algún otro distraído, enamorado igual o más que yo -siempre más de la cuenta- de tus ojos y todo lo otro de tu cuerpo. Abajo de la pollera -me enteraría después de un rato- había una bombacha blanca, una vedetina que le dicen, o tal vez algo más tradicional, pero seguro que era blanca, porque pretendías que la pollera, ya de por sí algo translúcida al reflejo del sol, no mostrara lo de abajo. Apropósito de esto, vale contar que con el tiempo siempre te quejaste de lo mismo: Julio -me decías- cómo es eso de que antes te fijabas en mi ropa interior cuando no me daba cuenta- y ponías tu mejor cara de enojada. Pero era así, cada vez que podía espiaba debajo de tu falda, o miraba cuando quedabas delante de la luz de algún ventanal, para descubrir vaya a saber qué cosas en ese mundo que se había vuelto más que atractivo para mí.

El juego -te dije. Y pasé a contarte: Es fácil, Martina. Se trata de hacer en tiempo real lo que me da la gana cuando me escribís por celular. Primero me toca a mí y después llegará tu turno. Hay que conseguir -mientras el que espera tiene los ojos tapados- encontrar los puntos eróticos del otro, buscarlos con el cuerpo y lo que uno pueda. La única regla es no dejar desnudo al que tiene los ojos vendados. ¿Me explico, Martina?


Te reíste con una risa nerviosa que no volví a ver desde aquel día. Hay un tiempo para ese tipo de sonrisas y cuando se agota llega el tiempo de lo cotidiano. Un lugar para el esfuerzo, cuando al desgastarse al menos un grado los motores del amor, de la pasión, comienza el juego peligroso de jugar, que es algo más complejo que el que tuvimos Martina y yo (Julio) en aquella no tan simple siesta. Es la largada del trote de los que se aman para no dejar de amarse. Que vos dame aquello y tomá ésto, que dejá de hacer esa boludés y la cambies por esta otra, que acostumbrate porque así me siento cómodo. Una sarta de trivialidades -por demás evitables- a las que se ciñen los jugadores como si fueran las inquebrantables reglas del partido de amor. El juego no siempre termina bien, pero naturalmente empieza como el mejor desafío que puedas haber jugado jamás. Hay quienes sostienen que esta circunstancia repetida para muchos amantes es un anexo moral al verdadero juego; otros afirman con seguridad que es la costumbre útil al ordenamiento de las sociedades (las familias y la bendita herencia de los capitalistas); están los más extremistas, que sentencian la felicidad -cuando es de semejantes magnitudes- a un todo incompleto y sino no. A mi me gusta recordar aquel momento con Martina (hablo de lo que vino después del juego en el departamento de la calle Sucre) como una caja revuelta, con los mejores y los peores instantes -casi sin seleccionar ni acomodar-, donde era tan feliz como aburrido. El periodo que más disfruté de mí y de ella, en el que más aprendí a amar.

Antes de empezar a jugar, tu risa era nerviosa pero te acostaste decidida. Dejaste que yo vendara los ojos. Ahora, a la distancia, casi como extrañando cosas de las que desconozco el sentido, me pregunto qué habrán querido mirar, después que yo los tapara, tus ojos color almendra. Nunca te lo pregunté jamás y lamento tanto no haberlo hecho. Todavía te seguías llamando Martina y todo. Y yo Julio.

En la cama abrí tus piernas y subí tu pollera. Tenías una bombacha blanca que no dejaba escapar ni un borde de nada: ni de pelo, ni de vagina, ni de cualquier aroma. Nada. Así que me dispuse a arreglar eso con sumo cuidado.

A este recuerdo lo guardo como una fotografía intacta a la que el tiempo no afecta: tus piernas tienen la piel del erizo; tu boca apenas muestra los dientes, apenas entreabiertos los labios, apenas respira; tus manos aferradas al cubrecamas; tus ojos están tapados y subo el dedo por tu pierna.

Hay un momento de todos estos que guardo con peculiar cuidado: cuando llego al centro de la entrepierna (la bombacha ya está corrida con mi otro dedo, o alguna cosa por el estilo) acerco la punta de la mano y apenas si rozo el lugar. Escucho el mejor suspiro que nadie pudo volver a regalarme. Algo así como un grito ahogado, un suspiro multiplicado por miles pero condensados en un instante, una seña de que algo en ese cuerpo se había despertado, algo que permanecía dormido y que era tan único como podía ser el mismo cuerpo.

Decidí frenarme porque entendí que eso que estaba pasando, Martina, ya era suficiente para darme cuenta de que con tamaña mujer no se juega. Y desde aquel día recorrí con vos -que cambiaste de nombre cuantas veces quisiste- un presente único, ahora sí con todos tus milagros encima.

Nunca usaste tu turno, porque nos ganaron los besos y la ansiedad terrible que teníamos por conocer cada uno de los rincones que nos jurábamos por teléfono.

Escribo la anécdota para no olvidar. Para asegurarme de que nadie me hizo ni me hará suspirar como aquella vez, cuando, a decir del escritor, doblaron las campanas en tu suspiro. Porque seguramente otros podrán quitarme mis suspiros, ¿pero así como vos pudiste, Martina? Así nunca, como reza tu conjuro.

Manias de hombre en soledad

Últimamente me he descubierto algo extraño: tengo dos formas de ir al baño: una cortita, a las dos de la tarde, y otra bien, pasados los treinta minutos de la anterior.

Un cortado chico II

Ahora constato que era yo
el de los mimos, de los gestos, de los revuelos
que pedí agritos una puntitá anquesea.

Que eras vos Martina la que
de los mimos, de los gestos, de los revuelos
no tenías nada.

Ahora cuando de los mimos, de los gestos, de los revuelos
ya no llega ni un suspiro
(ni tendría que hacerlo)

y lloro desconsolado con
este amargo trago.

Un cortado chico I

Me puse al lado del teléfono
seguro que no llamás
para constatar mi suerte
ojalá encuentres alguna excusa
que estás desnuda o lo que sea
y regales tu voz por el teléfono.

Ahora me río porque
me acuerdo
la última vez que te asustaste
no estaba al lado del teléfono
tu voz es tan única
que se burla del principio de diversidad.

domingo, 24 de abril de 2011

Formula para no extrañar

Una hora, más una hora, más otra hora y así se pasa el tiempo.

sábado, 23 de abril de 2011

Arredondo

El lugar donde estoy huele a los años 60. Todo el mundo parece preocupado por el que tiene al lado. Me hace acordar, este lugar, a San Antonio, donde vos pedias vino y te tirabas al pasto a escuchar música del país.

En un momento ya ni recordabas dónde quedaba la carpa (la anécdota del río me la guardo para más adelante, cuando haya podido explicar por qué ahora me siento incompleto a pesar de todo).

Saliste del baño al que te acompañé y pediste que te llevara hasta la carpa. Fue la primera vez que te prendiste de mi brazo y que reíste tanto y sin parar.

Fue la primera vez que me dejaste sin aire.

En este lugar donde estoy, la gente está atenta a todo. Pero nadie nota mi nostalgia.

jueves, 21 de abril de 2011

Silencio III

Paciencia paciente.

X.

Miro la escena: en calzones agarrás la silla gris (es tan linda desnuda) y la sacás de la cocina con cuidado para no golpear la mampara de acrílico que separa el ambiente del comedor. La silla es vieja y de hierro, vos la levantás y la ponés en el décimo balcón del edificio. La noche es oscura y no vamos a tener ningún problema. Volvés hasta el lugar desde donde te miro hacer todo. Hay que tener cuidado y hacer cada cosa en silencio. Me agarrás de la mano y me llevás hasta allá, esquivando la cama que pusimos en el medio del paso, a un costado del comedor, contra la pared que da a la única habitación del departamento.

Me sentás en la silla. Me saco el pantalón. Corro la bombacha. Roja la bombacha. Toco con mi mano lo que ya está listo (no quiero parar de besarte). Subís tu pierna y tomás aire, como preparándote para un maratón. Te acomodás ahí encima de mi falda, de frente mío, yo adentro tuyo. Vos hacés todo. Mirás para arriba, chuecás el labio, cerrás los ojos, subís y bajás. Yo hago todo. Te agarro fuerte las caderas, me vuelvo loco, te beso el cuerpo, acaricio los pezones, te miro la boca. Los dos hacemos todo. Estamos jadeando, moviendo la silla, haciendo ruido, despertando a los vecinos, descuidando la buena imagen, disfrutando cada centímetro. Vos llegás y yo después. O al revés.

Miro la escena: Anaclara está desnuda. Levanta la silla que había quedado en el balcón y la lleva hasta la cocina, con cuidado de no dañar la mampara. Nadie ni nada interrumpió el tiempo en que me sacó al balcón. Anaclara no se pasea desnuda por la casa, no le gusta. Ella es más hermosa sin ropa. Ahora que la miro quiero recordar cada detalle: su cicatriz, sus bellos, la forma en que se tapa, sus piernas cortas corriendo al baño, la vergüenza que le da que yo la mire desvestida.

Anaclara me hizo un conjuro que no quiero develar. Lo hizo un día antes de despedirse de mí, antes de llamarse Anaclara y todo, por la noche y al frente de otra gente. En aquel momento todavía ostentaba ser desubicada y eso -ella lo sabe- me enamora. Lo cierto es que nunca pude olvidarme del conjuro, que después se volvió verdad, no sé si por realidad que es o por el tono de voz, o el convencimiento con que lo dijo.

Anaclara me agarra de nuevo de la mano y me va a pedir que la haga dormir en el pecho, todo lo más que mi pecho aguante. Se va a dejar un camisón viejo, rosado y yo le voy a pedir que no se ponga la bombacha. Pero ella, que sabe cómo dejar a los hombres con la medida justa para que nunca dejen de pedir cosas, se va a dejar la bombacha roja.

A propósito

Hoy también va a llegar y va a abrir una por una las cortinas. Hoy, jueves, veintiuno de abril, también va a llegar hasta este lugar. Esta es la sensación que tengo y no otra, que me saque el entusiasmo y la seguridad. Abrirá la reja (yo no veré nada con las cortinas cerradas), abrirá la puerta, correrá primero esta cortina que ahora mismo veo plegada, pero que estará acomodada a propósito para que cuando llegue pueda abrirla. Entrará. Irá hacia su derecha y correrá otra cortina más, la que está sobre la ventana cercana a la escalera que va a la planta de abajo (quizás también abra el postigo de esta ventana). Ya habrá luz en este tenue lugar, en esta aburrida habitación, pero no conforme con eso va a caminar hasta la segunda puerta (la que una vez puesta la traba queda fija) y abrirá también la tercer cortina, para después seguir por la que cubre la ventana que tengo justo al frente, por la que puedo ver el portón que da a la calle. Iriarte 1585 es la dirección. La pared de afuera es blanca y tiene un cartel con el nombre del edificio. Yo estoy adentro, con una seguridad que me inquieta. Son las 11:57 de esta mañana de este jueves de este otoño. Pocas veces las seguridades me inquietaron tanto. Después de la luz van a ser protagonistas la sonrisa de ella, sus chistes, su humor ácido, su ciclotimia, sus sí y sus no. En esa tarde de este jueves de este otoño que no tarda en llegar, los ojos acaramelados, marrones almendra (es un doble sentido que le encante el helado de almendras) van a sacudir de nuevo el tedio de este lugar. (O sea, el brillo de ella y la luz de afuera van a sacudir a este lugar conmigo adentro). (O sea, todo lo que ella tiene va a sacudir lo que me ha quedado, lo que me he quedado a ser en esta historia).

miércoles, 20 de abril de 2011

Confesiones

La amo, la amo, la amo, la amo.

Cuando sonríe, única, la amo. Ahí, yo tan cerca de su sonrisa, la amo.

(Le dije a la otra que estoy enamorado y no es para nada mentiras).

Los días que trae la mujer de lentes

Hay días nublados y días de soles únicos y vos con muy poco tenés tanto que ver con los últimos.

Así las cosas

Prendo la computadora. Espero. Ya tengo a mano el explorador de Internet (Mozilla Firefox me resulta una conjunción simpática -en su fonética- de palabras). Lo abro. Espero. Anoto una dirección web. Espero. Leo.

Pienso: si te leo es porque busco por todos los rincones alguna respuesta que ni yo misma me puedo dar.

Espero.

Cambio de página y abro el diario digital. Leo. No puedo creerlo, hay vicios en la política de los partidos patronales que no cesarán nunca. Pienso en lo que leí antes. Espero.

Me gusta peinarme así y que todos me miren. Siento que el pelo recogido me queda mejor, pero hace un tiempo me dicen cosas lindas con este mismo peinado. Estoy linda. Soy linda. Alguna vez no tuve espejo, pero siempre supe que me veía linda. Creo que es la sonrisa, mi boca, algunas partes de mi cuerpo que sé llevar con astucia; esas son las cosas que de mí gustan a los hombres y al resto de las mujeres. Me veo linda. Tampoco necesito un espejo para saberlo. Fijate vos que aquel otro va a escribir en algún momento que yo soy la mujer más linda de la tierra, de todas las mujeres que él conoce la que más linda termina siendo. Me río. Me va a comparar con todas y me va a elegir a mi. Soy linda y mucho más linda que cualquier otra con la que esté ahora.

Espero.

Él: se levanta y camina sin parar hasta llegar a la computadora y prenderla para mirar con prisa si hay algo nuevo en la página de ella que nunca tiene lo que él quiere leer salvo las canciones que pasa y repasa una y otra vez para encontrar un algo que sea cualquier cosa válida que lo despierte y lo saque del tedio para después más tranquilo escribir y no parar de escribir sobre el destino del mundo conjugado con el amor del hombre y las historias más verídicas que su cabeza pueda inventar en medio de la ficción ocultadora de cualquier verdad por más válida y real que sea en una página web que es suya y no dice absolutamente nada interesante más que repetir que no duerme y que se volvió un fantasma y que hay una tal fulana que no piensa ni nombrar a la que no puede parar de ponerle adjetivos de todo tipo mientras busca en otras páginas lo que quiere leer y no para ni un minuto con esa rutina que lo desgasta y lo vuelve loco por algo en lo que ni él cree aunque lea que "tus ojos son mi conjuro contra la mala jornada te quiero por tu mirada que mira y siembra futuro tu boca que es tuya y mía tu boca no se equivoca te quiero porque tu boca sabe gritar rebeldía y por tu rostro sincero y tu paso vagabundo y tu llanto por el mundo porque sos pueblo te quiero y porque amor no es aureola ni cándida moraleja y porque somos pareja que sabe que no está sola te quiero en mi paraíso es decir que en mi país la gente viva feliz aunque no tenga permiso" del Benedetti y se cague en las coincidencias mientras sigue entristecido de tanto no hallar en medio de aquella búsqueda permanente.

Espero. Pienso. Me miro.

¿Qué hago acá sentada, en medio de tanta palabrota, si todavía falta hacer de comer, salir al colegio, ir a trabajar, seguir luchando? Me siento rara. Me quedo leyendo pero sé que es peor que perder el tiempo.

Voy a tratar de pensar un poco si vale la pena escucharlo. Yo estoy linda. Me gusta estar linda. Pero voy a tratar de escucharlo.

Tengo miedo.

Belén I.

Llega tarde, como siempre. Tiene un saco fucsia y una sonrisa en su cara. Me abraza y la abrazo.

Naturalmente, es mi amiga hace por lo menos más de cinco años. Llegué a tiempo, como siempre, y antes que Belén apareciera en el Boulevard San Juan pensaba en todo lo que se extrañan algunas reminiscencias emotivas: aquella vez que nos quedamos hasta tarde pasando grabaciones de casete a la computadora en la casa de mi madre. En medio de ese recuerdo, otro, mucho más reciente, aparece con fuerza. Últimamente -digo asustado de mí mismo y sólo para mí- cuando busco en el pasado viene siempre la misma persona a la cabeza. Por lo tanto, antes que Belén llegara ya sabía de qué terminaríamos hablando.

Entramos, buscamos un lugar para calmar ansiedades, hicimos el pedido: dos licuados con tostados, simples, no combinados. Pagamos. Ella insistía en compartir el gasto y le tuve que explicar lo de la cultura y el mundo machista. Pagué, arriesgándome a que después no me quisiera cobrar el huevo de pascua que le había encargado, razón por la cual nos encontrábamos en aquel lugar.

Nos sentamos y empezamos una charla que duraría poco más de tres horas. Por el lugar pasaba tanta gente que la conversación estuvo matizada por las accidentales circunstancias: una mueca de un niño que nos atrajo la atención, el pasar de la mujer con botas de cuero, la vestimenta de otoño que lucían la mayoría de las personas y algún que otro incidente más llamativo, como el de la señora de la mesa del lado que no podía abrir la tapa a rosca de su bebida y acudió a nosotros por ayuda.


La charla empezaba con la historia de un tal hombre que la saca de quicio. Ella lo persigue pero él parece no acusar recibo, cuando por principio de acuerdos debería hacerlo. Me decía que a veces espera un mimo y que nunca llega, que los dolores de su cuerpo casi la hartan, pero se siente rara, de a ratos enamorada y de a ratos con menos intensidad.

La parte interesante fue cuando me dí cuenta que no podía parar de hablarle de mi pasado. Hace un tiempo me dijeron, en otras circunstancias, que lo importante es el futuro y que el presente es más inevitable que otra cosa. En cambio, en aquella mesa y ahora, yo no hacía más que revolver lo que acababa de pasar en mi vida; mi pasado más reciente. Hablaba del pasado y lo mezclaba con un presente utópico y un futuro no menos deseado. Belén me miraba, como muchas otras veces lo había hecho, y de vez en cuando compartíamos un consejo.

Le conté que era ocurrencia mía escribir una novela que narrase la vida de Anaclara. La vida que yo le inventaba a la Anaclá. Me dijo que no estaba para nada de acuerdo. Le dije que no me importaba en lo más mínimo. Le dije que Anaclara tampoco estaba de acuerdo y sin embargo nadie es dueño de mi pasado, de mi presente, de mi futuro; ni siquiera yo. Entonces le dije que pese a quien le pesara escribiría mi novela. Le dije que necesito deshacer el prócer en que la convertí, hacerla humana, constatarla con mis fantasías. Seguía mirándome con distintos gestos, como ya cansada de tanto escucharme hablar de lo mismo. Me sonrió. Me dijo que ella sí me quería mucho y que tenía que cortar tanto ir y venir de consentimientos y atenciones desmedidas. Pensé que Anaclara también estaría de acuerdo con Belén, casi por primera vez en la historia.

También hablé con Belén del presente. Aunque el suyo, menos promisorio que el mío, fue materia de más detenimiento, análisis barato de café, alguna que otra justificación y ademanes de complicidad.

Cuando se levantó de la silla me dijo que tenía razón, debía escribir esa novela. Es importante que ordenes todo 'eso' y le pongas palabras, historia y sentido -me dijo-. Y siguió: está fuera de vos lo que sentís y pensás. Cuidalo.

Cuando me fui a dormir supe que juntarnos, cada vez que lo pudimos hacer durante todo este tiempo, ha tenido particulares trascendencias; siempre terminamos hablando del pasado; siempre me costó dormir después.

Últimamente sueño todas las noches con lo mismo y eso no me da pena. Siempre que me puedo dormir, sueño con lo mismo.

martes, 19 de abril de 2011

Desayuno

Si tuviera la seguridad de que lo primero que haces cuando te levantás es leer lo que te escribo, pondría algo así como 'buenos días' con dos medialunas de dulce de leche y una taza de café.

Con leche el café.

El anónimo comentario I

Cuando apenas te des cuenta que te alcanza con la mitad de una manzana, llamame así me avisás y te paso a buscar. Porque no soy más que eso, una manzana, un aburrido; ni un limón aguardiente, ni una naranja romanticosa, ni una cebolla empedernida. Una aburrida manzana, que prefiere por decreto ser tan sólo una media manzana que andar abrumado con historias que ni se cree.

Me llamás y me invitás al cine a ver Los Marzianos.

lunes, 18 de abril de 2011

Rutina

Entra por la puerta y todo sigue oscuro. La perilla de la luz, nada. La lámpara ni los tubos fluorescentes, nada. El sol que pasa la puerta, nada. El cuarto sigue como oscuro. El tedio del día visita la siesta de la habitación.

Julio se sienta, permanece de piernas cruzadas e intenta saber qué de toda la idea que ahora piensa se concretaría primero. Tiene miedo en medio de tanta oscuridad. Todavía son las 14:30 hs. y las piernas no paran de doler. Se dice a sí mismo que no piensa levantarse por nada: si a alguien se le ocurre dejar la puerta abierta, prefiero renegar con los inadaptados o con los perros antes que pararme a cerrar. Realmente no puedo pararme, piensa.

Había entrado por la puerta principal al local donde se dedica a hacer trabajos -y lo dice con sorna- para los vecinos. A esa hora y en esos días no entra ni un solo trastabillado. En aquel lugar del mundo la gente acostumbra a emborracharse desde muy temprano. Cambia un paquete de harina por una caja de vino tinto, o blanco. Lo importante es alcanzar ese ansiado estado de embriaguez. La gente, en este lugar, es pobre, recuerda Julio como justificando lo anterior. Estamos en un barrio distante del centro de la ciudad, aunque no sea tanto, en la capital cordobesa. Julio no tiene ni frío ni calor, viste un jean con zapatillas y un pullouver de mala calidad, con franjas horizontales en cuatro colores: azul, celeste, blanco y marrón oscuro. Mastica chicle. Son las 14:55 hs.

En unos minutos entrará por la misma puerta al lugar donde está Julio, abrirá unas cortinas que tapan la luz, hablará, pondrá sonidos en el edificio, va a reírse por los comentarios que hará Julio apropósito de los cabellos, tomará después mates y dejará al muchacho con el mismo calor y el mismo frío de siempre. Es decir, no hará mucho de nada.

Vale decir que Julio permanece a oscuras para demostrarse a sí mismo todo lo que ésta otra puede lograr.

Silencio II

Esto ya es patético.

Andar husmeando en las estadísticas de visita de un Blog habla muy mal de tu persona. ¿Qué buscás? ¿A quién buscás?

¡Habiendo tantas otras formas y mucho más simples!

IX.

¿Quién sos Anaclara? Para mí, pregunto; quién pensás que sos para mí.

Para mí no sos nada, sos del mundo, de aquellos que en guerra por la liberación de los pueblos, en las guerrillas, leen poesía y se preguntan por el fundante y demoledor patriarcado y buscan ansiosos las estrellas que con su brillo confirman la vitalidad de los cuerpos y las mentes. Eso sos, Anaclara. Sos las ideas y los deseos asumidos, año tras año, por una humanidad. Los deseos de placer, de sexo, de lucha, de historia recuperada, de libertad. Yo apenas te dí nombre. Casi como hizo Jan con Neftalí, pero seguramente con menos heroísmo. Yo no soy el después conocido Pablo; soy incapaz de escribir cosas tan profundas como aquel verso entrañable, lleno de sub-metáforas y protegido del absurdo adjetivo: "Me gustas cuando callas porque estás como ausente". Y mi voz tampoco puede tocarte; como en el Poema 15, mis palabras escasamente si te nombran cuando te comparan con lo tangible, con el peso que lleva la Anaclara de las poesías, con las Anaclara de la historia.

¿Qué sos Anaclara? Para mí, pregunto.

Un vestido verde desteñido, un recuerdo, un presente casi ausente, inaudible, inevitable, una lucha constante, una fantasía inconclusa. O todo eso sos, Anaclara. Todo eso junto. Eso y la estrella de los luchadores y los guerrilleros que yo pretendo ser.

Tengo una obligación si sos un recuerdo, Anaclara. Destacar qué recuerdo sos.

A las once y media de la noche quiero jugar con vos a desvestirnos imaginariamente. Te mando un mensaje que te invita a jugar. Las luchas y los luchadores siguen buscando norte, en las poesías, en los fusiles y en las ideas. Vos me contestás que sí y acaso puedo imaginar tu sonrisa avergonzada. Imagino también el pulso del corazón que ahora galopa; puedo imaginarte porque yo también me avergüenzo y me apresuro y me vuelvo una bola de tensiones y nervios. Para las doce y pico ya me habías pedido que empezara, ya te había dicho que con mi dedo corría la bombacha roja, que me subía encima tuyo, que en el patio llovido te sentabas desnuda y en mi falda, que empezaba a transitar el camino de final inevitable: el orgasmo. Esa es la valentía de las Anaclara del mundo, que nunca se quedan con las historias a medio contar.

Esta particular Anaclara que yo nombro es aquel vestido verde desgarrado y desteñido. Es el Poema 15 por el que nunca acusó predilección. Es el manto de enigmas que todavía se viste de agua cuando el niño se enamora de la sed. Busca siempre el modo de no hallar, como dice la canción.

Anaclara, la complejidad que asume los desafíos, de ser humano, de ser militante, de ser mamá, de ser combativa..., ella es más que un recuerdo. Una realidad nombrable, destacádamente real, que cuando se viste de mujer parece ser mucho mejor que cualquier cosa.

Una luchadora entre mis recuerdos y realidades más preciadas, eso y mucho más.