Hoy es martes, el día está pesado, con mucha humedad y amenaza de lluvia. Son casi las ocho de la noche. La avenida no se detiene ni por un segundo, autos que van, autos que vienen, que estacionan, y los estudiantes que suben y bajan, yendo y viniendo de Ciudad Universitaria.
Los martes te ponés el perfume que más me gusta.
Hasta hoy habíamos hablado de las preocupaciones que teníamos y era natural que comenzáramos a ocuparnos de nosotros.
Llegaste a la lomitería con cara de situación y pedimos dos 348 completos, con papas bastón (a mi --y creo que a vos también-- me dan desconfianza las papas rejillas, prefiero --y creo que vos también-- el estilo francés para las papas fritas). Te sentaste dejándote caer sobre la silla azul, como denunciando el cansancio de tu cuerpo. Dijiste que no me habías abrazado, respiraste fuerte y con violencia, te levantaste de la silla donde te habías echado y me llamaste. Me acerqué y nos abrazamos durante un tiempo corto. Nos besamos y volvimos a los asientos. Hiciste un gesto para pedir que te diera la mano y sólo nos soltamos para cenar. El mozo del lugar trajo el pedido y retiró la cazuela de maní salado y pelado que nunca terminamos (parece un personaje de alguna tira cómica de dibujos animados, con los bigotes anchos y el pelo lacio peinado hacia el costado; la cara es grande y la boca también, pero el cuerpo es raro, encorvada la espalda y de un caminar pesado). Me preguntaste si alguna vez había pensado en besarte y te reíste como nerviosa. Sin que te importara en lo más mínimo lo que tenía para responder, avanzaste con tu pedido: y si empezáramos ahora, es decir, si se me ocurriera a mí el beso y te lo pidiera. Me reí como con una risa nerviosa. Volviste a buscar mi mano y me dediqué a acariciar el terminado de tus uñas, que según me contaste es un tratamiento que te hacen para evitar que te las comas. Parecen uñas postizas. No me gusta. Quizás también me tenga que hacer algo por el estilo porque todavía me duele el dedo gordo de la mano izquierda, al que le comí la uña el domingo por la tarde, después de volver del cine.
Terminamos la cerveza (vos tomás muy poco porque no te gusta) y caminamos por la avenida. Fuimos hasta la parada de la línea N. No quise ni quiero besarte.
El resto de la noche habíamos hablado de lo bien que nos hacemos, de lo mucho que nos gusta estar juntos. Hablamos también de tu aniversario y de mi viaje al campo con Mercedes. Cada vez que hablamos de Mercedes tenés un comentario desmerecedor para su inteligencia, y no es para menos. Te conté sobre mi estado de salud porque, si bien no tuve episodios de taquicardia, el corazón mantuvo un ritmo extraño durante toda la velada. En realidad el problema venía desde antes, cuando empecé a caminar con Maxi. Maxi es un tipo raro, me habló mal de Shirley pero dijo que tenía buen culo. Destacó eso. Maxi es un asqueroso machista de los que no me caen en gracia. Ningún machista me cae en gracia. Maxi gusta de Florencia pero dice que ella es muy histérica. Según él, de las histéricas hijas de puta. Mercedes también es histérica pero no me parece para nada hija de puta; aunque presiento que Florencia le gana en inteligencia. Y definitivamente Florencia es más linda que Mercedes. Mercedes quiso verme cuando estuvo en Bariloche pero no respondí su llamado. Creo que no te conté ese detalle ni tampoco te hablé de Maxi, ni la insulté a Shirley delante tuyo, ni se me ocurrió contarte de Florencia (no lo entenderías). Tampoco fui sincero. No te besé ni te besaría porque todavía persigo a Anaclara por todos los rincones. Anaclara me importa más de la cuenta. Por eso estaba mal. Ya ni te debés acordar que te lo dije cuando apenas empezábamos a hablar; vos me cortaste de repente, diciendo dos o tres cosas de tu triste y monótono aniversario número tres. Pobre Lucas, se va quedando sin ideas y vos estás cada vez más lejos suyo. No te quiero cerca mío. No del modo en que te quiere Lucas. En fin, el lomito fue estupendo. Comimos como dos desaforados y el pan estaba crujiente, con una lechuga fresca y los cubos de tomate concassé tenían el grosor adecuado; la carne fina era tierna y el queso con el huevo eran una compañía sin igual. Las papas tenían demasiado aceite, pero dejé sin comer la mitad de la porción que me sirvieron.
Dejamos diez pesos de propina.
miércoles, 11 de mayo de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario