Julio se paró cinco veces.
25 cm. fue lo primero que aceptó pedir. Se lo aceptó a él mismo (le tocaba dirigir el paso). Dale, le dijo, hasta que la docente se acercó lo suficiente (los 25 cm.) como para que a Julio le temblara la voz. A Julio le tembló la voz y así supo que había sido suficiente. La segunda vez que se paró, que fue el turno de la docente, cuando a ella le tocó dirigir el paso, Martina dijo dale una sola vez y dio por terminada la cosa. 132 cm. de distancia. Julio, que había temblado con la proximidad anterior, respiró aliviado.
Por más que suene contradictorio, él, que había inventado y promovido la actividad, más seguridad tenía mientras más lejos se encontraba ella. De los primeros resultados se puede deducir lo lógico: ni Martina ni Julio estaban dispuestos a franquear barreras que, habiéndolas necesitado, ambos pusieron entre sus cuerpos.
No más de 9 cm. fue la próxima marca, la tercera. Si Julio tembló al aproximarse menos de la mitad, hay que imaginar su estado al llegar tan (¡pero tan!) cerca de Martina. De forma sorpresiva ella había comenzado, y dale, y dale, y dale. Julio apenas podía respirar. Con solo estirar la mano podría haber acariciado la mejilla, haberle levantado la remera por la espalda, llevarla hasta la mesa de atrás (la mesa negra), desprender el jean, subirse encima de ella. Tan cerca de la caricia que se sintió nervioso.
Hasta ahí siguió todo tal como estaba previsto. Él comenzaría con miedo y terminaría con más miedo todavía. Martina tiene una mirada que corta el aire. Es una mirada directa y sincera, que no da rodeos para mirar lo que se propone mirar. Julio tiene problemas al corazón y, en determinadas circunstancias, sufre de taquicardia. A los 9 cm. no pudo diferenciar si tenía un episodio de arritmia o si la emoción, la tensión, los nervios, le jugaban una mala pasada (en otro momento Martina le preguntaría si se sentía enamorado y no iba a poder contener los gestos que lo delatarían).
Después de la última marca, la tercera, tuvo que despedirse con esa sensación de proximidad, cuando llegó la hora de mandarse a mudar a otro lado. Julio empezaba a aceptar que cada día le costaría más alejarse de aquel ímpetu femenino que Martina ostenta. Pensó en la canción Lucha de gigantes que alguna vez le dedicó y se conformó con recordarla el resto del tiempo que duró el largo fin de semana. El domingo tuvo sensaciones raras, cuando después de pasarse la noche del sábado soñándola fue al cine presumiendo tener todo controlado. Durante la película no hizo más que contar buenos y pasados recuerdos.
El próximo lunes pasado aquel jueves 5 de mayo, empezaría de nuevo, otra vez era su turno. Julio tuvo la necesidad de explicar un poco algunas circunstancias que lo llevaban a proponer juegos, a soñar con Martina, a perseguirla aquí y allá con propuestas de las más variadas. Martina escuchó en silencio y supo que Julio estaba siendo del todo sincero (también se dio por enterada de que a Julio le cuesta ordenar ideas en este punto y que tal vez no le esté contando todo lo que le pasa, por pura dificultad expresiva u omisión deliberada de algunos detalles que él prefiere cuidar). En medio de la explicación le dio un ejemplo: dale, dale, dale, dale y dale y dale y más dale. Martina dijo que no podía avanzar más (aunque bien sabía que tenía todas las posibilidades). Julio insistió: dale. Temblando pero convencido de lo que hacía, podía escuchar la respiración, desenredar los miedos, encadenar el tiempo. Ahí, ni uno ni dos milímetros más. 7 u 8 (también se rió en silencio dadas las coincidencias con el programa pagado por el gobierno represor de los kirchneristas). Julio no pudo moverse. Un músculo y sus ideas que entraron en ebullición. Martina no podía notarlo pero el estado de excitación de Julio parecía el de un adolescente que descubre el placer al sacudir el pene en reiteradas oportunidades. Amagó con mover la cabeza y Martina (quizás con un poco de miedo o de nerviosismo, o de asco) sacó rápidamente su cara y dijo listo, ahí tienes tus seis milímetros. Siete milímetros, u ocho, que demostraron a Martina que Julio estaba dispuesto a saltear su nerviosismo, aunque sea tildado de loco, miedoso, ambicioso y lo que fuera.
Julio dice que él no deja de admirar a Martina, por más que ella piense que la vida suya sea un fraude día tras día. Julio --y Martina también-- sabe que no volverá a cruzarse con una sonrisa y un cuerpo semejantes.
Ahora le toca a Martina. Y dale, dale, dale... Listo. Martina --que sabe cuándo abandonar-- se da por vencida a los 5 cm. y Julio pierde sus posibilidades (él le había aclarado que avanzaría y Martina, que no pierde miedos ni cuidados, lo mantuvo lo suficientemente lejos como para que no pudiera cometer errores).
Ahora le toca a Martina decir basta y Julio espera que no llegue el momento.
Hoy Julio y Martina rechazan aproximación alguna; mañana también. Martina le pregunta a Julio si la quiere volver loca. Julio se perturba.
lunes, 9 de mayo de 2011
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