martes, 3 de mayo de 2011

Celeste I

Yo no te voy a decir que no la estuve mirando desde que entró al comedor. Tenía las botas extrañas, marrones y de cuero, el pantalón blanco desgarrado en las piernas, una remera que de todo era lo más lindo. Celeste tiene el peinado de las mujeres que acaban suicidándose. Lo sé detectar porque leí ensayos sobre el suicidio escritos por el infalible Durkheim. La firma se supone que también dice sobre las conductas suicidas de la gente. La mía reúne todas las características.

Después de la quinta cerveza abrimos el vino tinto y a mi me tocó llenar las copas. Discutíamos si el 1° de mayo era una fecha para la celebración o para la conmemoración. Yo digo que celebración y conmemoración son casi sinónimos. Se usan como tales. Uno y el otro han perdido identidad y casi la gente los confunde. Celebración es netamente un festejo, mientras que conmemoración es el recordatorio de un hecho o una persona, aunque por preferencia se usa en acontecimientos de festejo. Hicieron un homenaje en conmemoración del poeta argentino. En fin. El día 1° de mayo no es ni para el festejo ni para la conmemoración estática. Para mí es un día de reflexión y denuncia. Íbamos por el vino y no creí conveniente manifestarme de esa manera, aunque tampoco me quedé callado.

El tema llevó a dos de nosotros a enredarse en una discusión de palabras que ni ellos entendieron. Después sobrevino un silencio que pensé nunca acabaría. Pero Celeste habló de su ex novio. Martín es un hombre que la tiene desencajada. Ella opina que lo ama, o que quedó obsesionada con el amor que tuvieron y no le da crédito a su psicólogo -un freudiano confeso de 60 años- cuando sentencia que es la dueña absoluta del problema.

Me mira a mí y solamente a mí (hay otras personas al rededor de la mesa rectangular, algunos de los cuales cabecean por el efecto del vino y la cerveza). Llevamos más de cuarto de hora hablando de lo mismo. Martín le pegó en reiteradas ocasiones mientras duró la relación y para el final le preguntaba si le gustaría compartir el momento con otras mujeres mientras hacían el amor (ella dice "mientras teníamos relaciones"). Le acabo de preguntar si ella tendría amantes y me está mirando en silencio; parece perturbada por la pregunta, o sino sufre un letargo que podría ser también producto del consumo de alcohol.

--Es así-- dice Celeste. --Si yo quiero hacer el amor con vos te llamo y te invito a mi casa, pero no le cuento a Martín--. Me pide el número de teléfono. No mira a nadie más. No habla con nadie más. Me pide que le haga un cuestionario. Le hago el cuestionario. --¿Vos soñás con tu novio? ¿Vos soñarías conmigo? ¿Vos siempre mirás así a la gente? ¿Me hacés acordar a alguna otra mujer de ojos grandes y jerseys turquesas?--. --No--, me contesta.

Celeste y yo bajamos a comprar más bebida. Antes de entrar de nuevo al lugar donde estábamos reunidos me toma del brazo con fuerza (dice que el soplido del viento cuando es así de fuerte le da frío). Yo le digo que no desperdicie su vida con promesas, con una imagen de un hombre que nunca será cierta. Me dice que odia a Martín y que lo ama al mismo tiempo. Le cuento que amo a Anaclara. Intenta besarme y le explico que está bebida de más. Se ríe y se abstiene. Fui descortés, ahora que lo pienso. Pero fui terminante: me acercó la boca y le tomé la pera, después le dije: no Celeste, te confundís por todo lo que te tomaste; te tenés que tomar menos así te podés disfrutar de todos los momentos de la noche, los buenos y los malos. Le sonreí.

Entramos de nuevo y hablamos del vino, de las noches estrelladas del campo en Córdoba, de los amores incompletos.

No miré a más nadie. Dije que estaba cansado y me fui por otra cerveza al bar aquel donde los solteros comparten copas. Celeste tenía el pelo lacio y achatado sobre la cabeza, ni una sola ondulación, caía hasta debajo de los hombros. Apenas si se lo arreglaba de vez en cuando, pero el cabello seguía inmóvil, casi sin vida, como el de las mujeres que van a...

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