No ponemos horario de encuentro. Llego a la ECI. Pregunto por vos (a vos y por mensaje de texto). Estás en la fotocopiadora. Fuiste por unos apuntes que necesitás para preparar una materia de cuarto año. La Universidad Nacional de Córdoba es elitista.
Estás efectivamente parada en la fotocopiadora y con un saco rosa que te queda lindo. Hace frío y me puse una campera negra. Debajo tengo uno de mis abrigos típicos: el jersey a rallas horizontales, verdes, blancas. El abrigo es sintético y de muy pobre calidad. Fue útil para el camino, que empecé más allá de M. T. de Alvear. La noche era cerrada y las estrellas, más todavía entrando a la Ciudad Universitaria, eran claras y brillantes. La suciedad de las ciudades, suspendida en el aire, tapa las constelaciones de manera casi obscena. Pero el martes estaban brillantes y en una parte del camino me detuve a disfrutarlas. A veces la gente me mira y con cierta razón debe pensar que estoy loco. No soy como el resto: camino rápido, apenas si me detengo cuando el semáforo lo indica (cuando no puedo sortear los automóviles), voy escuchando música y de repente me paro atraído por una estrella, por un cipres, con un álamo que baila, por un detalle en el cordón de alguna vereda, por un cartel o una prensa obrera. En fin, la palabra sociedad debe tener algún parentesco cercano con "suciedad" y "ciudad"; suenan con picaresco parecido.
Estás, efectivamente, en la fotocopiadora, parada, con tu saco rosado. Puedo tocarte. Te abrazo y puedo tocarte. Me besas y nos besamos. El cachete, como siempre que hace frío, rosado como el saco. Tus dos cachetes. Me preguntás si ya salí de clase y te explico, por enésima vez, cómo es que manejo mi estudio: que no curso, que sólo oigo las clases que me interesan, que me preparo para rendir en calidad de alumno libre cuatro materias (¡Movimientos Estéticos y Cultura Argentina entre otras!).
Entonces vamos hasta una emisora de radio a retirar tu baucher para la casa de pool y bowling que está sobre la Av. Vélez Sarsfield, frente a la nefasta comisaría donde asesinaron a los siete detenidos. Los quemaron, ahora que me acuerdo. La radioemisora queda frente a la Iglesia del Sagrado Corazón (Padres Capuchinos). (Los Capuchinos también usan el hábito marrón con la cuerda, como los Franciscanos, y son fáciles de diferenciar de otros religiosos; son contemplativos porque se dedican a la observancia, que es una gimnasia que tienen los creyentes de atender a sus actitudes y a las del resto, casi siempre condenando a los que no actúan a imagen y semejanza con Dios. Son un desprendimiento del orden franciscana de la observancia y no muy distintos al cordobés medio, que también condena severamente a los inmorales y ateos como yo). El Capuchino es uno de los café más ricos que se puedan probar en el bar La Habana, siendo que en Córdoba no abundan buenos bares de café. En La Habana sirven tazas pequeñas pero suficientes con un café tórrido que termina en una espuma fresca con lluvia de cacao. Siempre escuché que el cacao era el elixir de los dioses mayas y yo presiento que si los Mayas (sus dioses y sus esclavos) hubieran conocido los ojos de Anaclara hubieran renunciado al cacao (y al café también) por muy poco esfuerzo. Como Radio Gamba estuvo cerrada para la hora que llegamos, decidimos cruzar la cárcel del Buen Pastor (otro claustro religioso regenteado por las monjas francesas de la Congregación del Buen Pastor y apoyado por la Sociedad de Beneficencia cordobesa, que funcionó mucho mejor cuando fue convertida en cárcel de mujeres) hasta llegar a otro bar, La Panna, donde nos servimos dos submarinos con una medialuna cada uno.
Te habías quitado el saco rosa y quedaste con una remera blanca, que de todos modos te quedaba linda. Tomamos despacio, sorbo a sorbo, los submarinos calientes. Lo mejor del submarino es cuando tiene buen chocolate y suficiente cantidad. Éste era un buen submarino. Como de costumbre, evité usar azúcar, como hago con casi todas las bebidas salvo el té de té (al menos que tenga la suerte de encontrar en Córdoba un buen producto que me haga disfrutar y no pensar en cuánto daría por una buena infusión de té). Vos usaste dos sobres de azúcar, por lo que me imaginé que te es casi imprescindible usarla. No objeté la medida, como sí podría haberlo hecho con una persona que me generara menos inseguridad. No sé qué es, tus ojos, tu forma de mirarme y de hablar, la historia que compartimos... No sé. Estoy seguro que debería dejar de sentirme inseguro cuando estoy con vos, pero me supera el sentimiento. Es otra afirmación de la norma: la razón es un desarrollo prematuro si se la compara con la firmeza del sentimiento. Sentimos desde que nacemos y razonamos desde que podemos. A veces por esto nos acusan de locos, de desvariados. A mi me gusta pensar que son las limitaciones que tenemos por superar.
No lloraste ni nada. Mientras contabas las desventuras con Lucas y asegurabas no saber qué hacer (a veces, últimamente, no sé si creerte del todo), te dedicabas a acabar el submarino y a dar bocados a la medialuna. Nos dimos las manos y entendimos que nada mejor podía pasar en aquel momento, que el amor era un reducto de la conducta humana, casi siempre disfrazado de sentimentalismo humanoide. Al menos yo parecía más avivado, con más esperanzas, cuando hablaba de Anaclara. Vos no podías creer que insistiera con el tema. Siempre pensaste que Anaclara no cubriría mis expectativas (al tiempo que me pusiera con ella me lo confesaste, si no fue después de que terminara definitivamente con mis expectativas, que ella me dejó o yo la dejé a ella, ya no lo recuerdo con exactitud). Anaclara excede mis expectativas y ahora que el tiempo me hizo más dócil puedo aceptarlo. Pero el tema es tu relación con Lucas. En eso no hay nada más que se pueda hacer y lo afirmo con toda la certeza. A veces sueño que volvemos a estar juntos, que viajamos por donde se nos antoja.
Cuando me paré para ganarte de mano al pagar la cuenta (que mentí con que iba al baño) me descubriste y te reíste como antes, cuando solíamos pasar tardes en la Ciudad Universitaria, donde están los patos, en la laguna frente al Pabellón Las Brujas. Después fui al baño y cuando volví te llamé (me paré en la parte trasera del local y dije tu nombre con fuerza, alejado de donde estabas) para que vieras el espacio que tienen preparado para los niños. Pensé que te interesaría por la relación que guardás con tus sobrinos. Pensé también en cuánto extraño a... Pensé en lo buen mamá que es Anaclara. Estuve a punto de sentarme en las sillas pequeñas a pensar, a recordarlas a las dos. Aprovechaste y fuiste al baño, después de asegurarme que tus sobrinos morirían por estar allí (¡estuve acertado!). Cuando volviste intenté abrazarte y, casi intuitivamente, quité la mano de inmediato. Al salir ibas a contarme que en el bar permaneció una compañera de Lucas y que eso podría llegar a traerte problemas, e iríamos hasta 27 de Abril, casi esquina Vélez Sársfield, hablando del asunto, sólo cambiando el tema en la vidriera donde vi el collar de colores y la blusa rosada (no he vuelto a ubicar esta tienda) y en el bar que nos gustó para tomar vos un Dr. Lemon y yo una Cerveza.
No tuve novedades de que tuvieras problemas con Lucas por el asunto. El día viernes me quedé con ganas de salir con Anaclara. Me pasa algo que me gustaría contarte, Belén. Tengo una ansiedad que me estremece, que me pone torpe, por contarle a Anaclá los porqué de mi insistencia por hablar con ella. Parezco un disco rallado y espero que vos estés mejor.
Sabés, últimamente sueño todas las noches con lo mismo y eso no me da pena. Siempre que me puedo dormir, sueño con lo mismo.
lunes, 9 de mayo de 2011
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