¿Quién sos Anaclara? Para mí, pregunto; quién pensás que sos para mí.
Para mí no sos nada, sos del mundo, de aquellos que en guerra por la liberación de los pueblos, en las guerrillas, leen poesía y se preguntan por el fundante y demoledor patriarcado y buscan ansiosos las estrellas que con su brillo confirman la vitalidad de los cuerpos y las mentes. Eso sos, Anaclara. Sos las ideas y los deseos asumidos, año tras año, por una humanidad. Los deseos de placer, de sexo, de lucha, de historia recuperada, de libertad. Yo apenas te dí nombre. Casi como hizo Jan con Neftalí, pero seguramente con menos heroísmo. Yo no soy el después conocido Pablo; soy incapaz de escribir cosas tan profundas como aquel verso entrañable, lleno de sub-metáforas y protegido del absurdo adjetivo: "Me gustas cuando callas porque estás como ausente". Y mi voz tampoco puede tocarte; como en el Poema 15, mis palabras escasamente si te nombran cuando te comparan con lo tangible, con el peso que lleva la Anaclara de las poesías, con las Anaclara de la historia.
¿Qué sos Anaclara? Para mí, pregunto.
Un vestido verde desteñido, un recuerdo, un presente casi ausente, inaudible, inevitable, una lucha constante, una fantasía inconclusa. O todo eso sos, Anaclara. Todo eso junto. Eso y la estrella de los luchadores y los guerrilleros que yo pretendo ser.
Tengo una obligación si sos un recuerdo, Anaclara. Destacar qué recuerdo sos.
A las once y media de la noche quiero jugar con vos a desvestirnos imaginariamente. Te mando un mensaje que te invita a jugar. Las luchas y los luchadores siguen buscando norte, en las poesías, en los fusiles y en las ideas. Vos me contestás que sí y acaso puedo imaginar tu sonrisa avergonzada. Imagino también el pulso del corazón que ahora galopa; puedo imaginarte porque yo también me avergüenzo y me apresuro y me vuelvo una bola de tensiones y nervios. Para las doce y pico ya me habías pedido que empezara, ya te había dicho que con mi dedo corría la bombacha roja, que me subía encima tuyo, que en el patio llovido te sentabas desnuda y en mi falda, que empezaba a transitar el camino de final inevitable: el orgasmo. Esa es la valentía de las Anaclara del mundo, que nunca se quedan con las historias a medio contar.
Esta particular Anaclara que yo nombro es aquel vestido verde desgarrado y desteñido. Es el Poema 15 por el que nunca acusó predilección. Es el manto de enigmas que todavía se viste de agua cuando el niño se enamora de la sed. Busca siempre el modo de no hallar, como dice la canción.
Anaclara, la complejidad que asume los desafíos, de ser humano, de ser militante, de ser mamá, de ser combativa..., ella es más que un recuerdo. Una realidad nombrable, destacádamente real, que cuando se viste de mujer parece ser mucho mejor que cualquier cosa.
Una luchadora entre mis recuerdos y realidades más preciadas, eso y mucho más.
lunes, 18 de abril de 2011
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