Está en una caja de EPEC y metés las manos como si nada. Encima te reís. Me da bronca que tanta frescura te siente tan natural y tan bien. Me das el bicho. Camino hasta Av. Colón y Mariano Moreno, tomo por plaza Colón (donde otra vez me esperaste y te enojaste porque lo nuestro fue casi una visita de médico, que te regalé rosas, que tuviste tu primer orgasmo conmigo, en la mesa de la cocina conmigo), sigo por Av. Colón hasta el Banco Francés de calle Santa Rosa. Doblo a la izquierda. Vivo enfrente de la whiskería. Subo hasta el piso siete y pongo el animal a descansar. Ronronea y es pequeño, tanto que da ternura (antes que quemaras mis fotos solía tener una donde salía la gata sobre una hoja Rivadavia y se podía medir el tamaño, chiquita como gato de apenas meses). Le pongo nombre. Me voy a dormir. Cuando me mudé de ahí se vino conmigo y cuando me mudé de la calle Corro también me la llevé.
Viene Rocío y la levanta con las manos. Estamos en la esquina de José de Iriarte y Mayor, vos venís un poco más atrás. Son las 16 hs. Es gris y blanca. Pequeña como la otra. Rocío y yo estamos de acuerdo en llevarla pero vos te negás; pero Rocío tiene una sonrisa que empieza en esta esquina y termina en aquel otro mundo, ¡que te da una cosquilla a la mañana!, sobre todo a la mañana. Rocío todavía tiene todos los dientes y se ríe y ya le puso nombre y tiene el pelo negro suelto y le brilla con el sol de la tarde y la tiene en la mano y la levanta, la mira por abajo y por arriba y le brillan los ojos grandes y se sigue riendo y es una bella escena. Se viene con nosotros. El bicho se viene. Ronronea.
martes, 10 de mayo de 2011
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