lunes, 23 de mayo de 2011

XIII.

Huelo el olor que deja en las manos con sus manos. Tiene crema según ella. Huelo e imagino los otros olores que me dejaba en las manos con el cuerpo. Es la tercera vez que le agarro la mano. Una vez anterior estuvimos parados en el aula del medio y le pedía que se apurara a venir, cosa que se diera cuenta de la situación y no se perdiera el detalle. Tomé su mano y la puse en mi cuerpo. Quería que quisiera pasarla por todos lados, pero me resigné a que sintiera mi corazón (los latidos). ¿Era un jueves? ¿Era a la mañana, a la noche, a la tarde? ¿Era otoño? ¿Era mayo? ¡Que Era nos pasamos en la cama! La Era de lamernos los cuellos y retozar en el colchón hundido de tanto retoce. Me miraba desde arriba con los ojos grandes y tapaba mi boca para que no se escaparan mis gemidos del dormitorio (de su oído, mejor dicho). Nos gustaba jugar a que se sentaba en mi falda y quitábamos las ropas de abajo, sacábamos los sexos y penetrábamos, en la cocina y con el televisor prendido (con gente dando vueltas y todo). Era la Era de su pelo amarillo y después negro caballo al galope. A mi me sorprendía que al hablar hiciera el mismo gesto de morderse el labio que hacía cuando estaba adentro mío. Pero los ojos, cuando habla, aunque ardiendo, están siempre menos encendidos, si comparamos con el tiempo que pasaba adentro mío, yo adentro suyo. En la tercera vez que le agarro la mano no evito los recuerdos: primero mi dedo, luego los dos dedos, la mano, la boca (en la barba quedaba el aroma a su cuerpo hasta después de bañarme). De todos los olores que conocí, extrañamente prefiero aquel, el de su entrepierna carnosa que destila tanto aroma como placer provoca. Tengo la mano por tercera vez entre mis manos (su mano izquierda, que es la que aprieta y suda las mías). En la sala del medio la mano izquierda fue testigo de mi nueva moda de comportamiento: la sinceridad, la transparencia. ¿Es que alguna vez fue distinto? ¿Es que el mundo de las ideas alienadas pervierte a tal punto que la gente empieza a preguntarse sobre valores y moral, separando las interpretaciones de lo que son las acciones mismas? ¿Es que alguna vez fui distinto en su cama, en su casa, en su oído? La mano izquierda que siente cómo late el corazón y es testigo de la verdad, se desliza --apenas se desliza-- por el resto de la panza y se quita del cuerpo. Mis manos sudan, ahora que no es tan furtivo el momento, que por vez tercera consigo acariciarla. Creo (pero no estoy seguro) que los movimientos estos que hace con el dedo significan algo parecido a una caricia. Me entusiasmo (quedo en peligro). ¿Acaso perdí la capacidad de vivir lo inexplicable, lo que no sé cómo irá a terminar? ¿Acaso me volví un tibio lejos de su lado? ¿Será posible morirse en vida y acostumbrarse al mundo de los vivos así de muerto? Tiene crema en la mano izquierda y aprieta con los dedos cada uno de mis dedos. Frota los dedos y me excito (creo que me excito con los recuerdos, o con el solo roce de su dedo en los míos). Me volví un hombre de conductas inexplicables, y eso me gusta, quiere decir que todavía no morí en el mundo de los vivos y no me acostumbré a vivir como si estuviera muerto. Muerdo. Muerdo los recuerdos y los saboreo. Acaricio aquella mano que sentí como una mariposa en una cama, subir por mis piernas hasta el miembro y apretar, mover, sacudir, arriba y abajo, acomodar en otro sexo y organizar el placer. Pocas manos que haya conocido organizan tan bien como aquellas manos, y ponen con sencillez las espinas en los cuerpos frágiles, y dibujan las paredes con consignas incendiarias y palabras que se traducen en pintura roja. Ahora que me acuerdo, también el dedo índice de la mano izquierda me mostraba el lugar donde tenía guardada la ropa, los discos de música, los repasadores de la cocina, el mantel verde, los destornilladores, la puerta de casa, los ratones de la cabeza, el puñado de ideas que defendí, el camino del domingo a las 20 hs. para abrir la puerta al milagro (que siempre entraba corriendo y se metía a la casa como una tromba). Aquel milagro era tan tangible como la vida misma, nada de místico; y plausible. Absolutamente plausible. Tengo por tercera vez, después de largo tiempo, sus manos entre las manos, y me cuesta controlar la tembladera, las palpitaciones, las ansiedades, las ganas de amar. Yo no puedo amar. No sirvo para eso. Pero la mano suya en mis manos (la izquierda) me recuerda cierta reminiscencia del pasado, me enamora, me sonroja hasta la médula. Me excita. Todo eso sí puedo, porque sigo vivo, porque no dejé que me murieran.

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