Ahora quiero destacar, de Martina, su costado más femenino, que no es el cuerpo (por cierto, hermoso), ni los ojos que tantos alagan (una perdición para los mortales), ni la sonrisa (el elixir para las penas y la frutilla del postre, que son los labios). Nada de eso. El costado más femenino de Martina es también su costado más humano.
Es cierto, se hace inevitable confundir su costado más femenino con la postal de su cabello en la frente, debajo la mirada oculta en el flequillo, debajo los dientes que muerden el carnoso labio, debajo los hombros de su postura encorvada, debajo el escote y adentro del escote la carne, el cuerpo que se asoma invitando al mirón a transitar los parajes del placer. Ahí puede uno descansar sus intenciones más íntimas, resbalarse una y otra vez con la piel dura, apretar los pezones, besar con calma o desenfreno. Se ve el corpiño y se ven los pechos y la imaginación te deja en un lugar sin igual. Un lugar del que se puede volver pero al que se extraña como ninguna otra cosa (y cuando Julio dice algo lo dice por experiencia).
Martina se para al frente de los alumnos y lee una poesía. No tiene escote. La sonrisa viaja en cada palabra que pronuncia. Se equivoca en la lectura y retoma la poesía. Casi inventa una nueva metáfora en el acto de saber leer y saber equivocarse. Hace años decidió su profesión. Salió de su casa y renunció a un plan social que un partido zurdo le daba cual limosna. Dijo que podía hacerse cargo de un frente difícil: leer cuentos, mirar a los alumnos, hablar con la verdad, trasnochar para planificar una acción. Martina tiene 27 años.
Entra la docente y se asegura que sabe leer: abre la puerta, corre cuatro cortinas y abre una ventana. Entra la luz detrás de la mujer. Es Martina, que entra y pide que le impriman Borges, entre otros, para que todos sepamos que sabe leer.
La mujer que sabe leer aprendió docencia al compás de una canción de Víctor Heredia. Va, "docencia"; aprendió a conseguir que otros aprendan (es un poco más que docencia: es humanismo, es heroísmo). Más tarde, y con más ahínco, y por más tiempo, practicaría con la niña aquella, que se sienta en la punta de la silla porque el mundo le queda incómodo de tanta cosa fea que ostenta. La niña que sabe hacer cosquillas, como me gusta decirle. Sabe, la niña, que en el mundo hay tanta cosa fea, porque su papá y su mamá, y las personas que tiene cerca, supieron hacer de ella una pequeña contradicción del mundo: el puñado de ternura, las pícaras audacias, la afición por la música y la lectura, el gusto por las matemáticas, la sensibilidad cuando llora o dibuja o escribe. Ahí fue a practicar su costado más mujer, más humano, más femenino, la Martina de la que me gusta hablar. La nena corre con chuletas por la casa y baila como a ella le gusta. Es viernes y recién se encuentra con su madre. Rebalsa de felicidad en ese ecosistema que ellas conocen a la perfección, que ellas dos crearon mucho antes que la niña se sentara en la cama y le dijera que siempre la cuidaría. La nena se ríe con la boca abierta y los dientes caídos, achinando los ojos y frunciendo los cachetes violetas que tiene. Es sobrina de una jovencita que luce el nombre de una canción de Víctor Heredia, la misma con que Martina aprendía a ser eso que digo cuando digo que es docente.
Entonces lee la poesía y sugiere al aula que dibuje. La poesía -supongo que ella lo sabe- es como tener miles de oleos y caminos y paisajes en tres o veinte renglones. La poesía es fascinante. Entonces la docente les pide que dibujen y los alumnos preguntan qué es dibujar. Martina sonríe, muerde los labios y me mira como apesadumbrada: de nuevo me muestra su costado más femenino. A mi -al Julio que todo lo puede y todo lo sabe- me toca desvanecer. Ahora me trae de nuevo a mí mismo: chicos, no se aflijan, dibujar lo que más les llamó la atención de la poesía (y mueve sus manos al compás de las palabras, en un intento por hacerse entender). Es docente. Es una perfecta mujer que sabe ser docente. Es, por eso, la más bonita en su género y su género es femenino. Es la más héroe de las heroicas. Quizás yo no lo sepa y ella haya fundado alguna corriente superadora de la condición humana, cosa que me habría ocultado durante todo este tiempo, y para cuando los mortales comunes y ordinarios hayamos develado la clave de la humanidad, ella nos sorprendería con otra fórmula superadora y garante de la mejor felicidad. Aunque esto último, supongo, son divagaciones por mi embelesamiento.
Apaga la luz y cierra el lunes conmigo dibujando. Quién pensaría que un día cualquiera, común como cualquier otro (salvo por su presencia, por ella, que abre todas las cortinas y hace entrar luz hasta a mi imaginación) yo terminaría escribiendo que nadie podrá asesinar a los que guardo en mi memoria, gracias a su docencia.
Hoy quiero enaltecer y detenerme en éste, el de Martina (la que también tiene más de un nombre), su costado más femenino.
lunes, 25 de abril de 2011
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