lunes, 18 de abril de 2011

Rutina

Entra por la puerta y todo sigue oscuro. La perilla de la luz, nada. La lámpara ni los tubos fluorescentes, nada. El sol que pasa la puerta, nada. El cuarto sigue como oscuro. El tedio del día visita la siesta de la habitación.

Julio se sienta, permanece de piernas cruzadas e intenta saber qué de toda la idea que ahora piensa se concretaría primero. Tiene miedo en medio de tanta oscuridad. Todavía son las 14:30 hs. y las piernas no paran de doler. Se dice a sí mismo que no piensa levantarse por nada: si a alguien se le ocurre dejar la puerta abierta, prefiero renegar con los inadaptados o con los perros antes que pararme a cerrar. Realmente no puedo pararme, piensa.

Había entrado por la puerta principal al local donde se dedica a hacer trabajos -y lo dice con sorna- para los vecinos. A esa hora y en esos días no entra ni un solo trastabillado. En aquel lugar del mundo la gente acostumbra a emborracharse desde muy temprano. Cambia un paquete de harina por una caja de vino tinto, o blanco. Lo importante es alcanzar ese ansiado estado de embriaguez. La gente, en este lugar, es pobre, recuerda Julio como justificando lo anterior. Estamos en un barrio distante del centro de la ciudad, aunque no sea tanto, en la capital cordobesa. Julio no tiene ni frío ni calor, viste un jean con zapatillas y un pullouver de mala calidad, con franjas horizontales en cuatro colores: azul, celeste, blanco y marrón oscuro. Mastica chicle. Son las 14:55 hs.

En unos minutos entrará por la misma puerta al lugar donde está Julio, abrirá unas cortinas que tapan la luz, hablará, pondrá sonidos en el edificio, va a reírse por los comentarios que hará Julio apropósito de los cabellos, tomará después mates y dejará al muchacho con el mismo calor y el mismo frío de siempre. Es decir, no hará mucho de nada.

Vale decir que Julio permanece a oscuras para demostrarse a sí mismo todo lo que ésta otra puede lograr.

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