Te pusiste negra de repente. De repente, un brillo pasó percibidamente frente mío. Pronto salí del deslumbre y te miré con detenimiento. Había un dejo de rubio en tu pelo que, tan pronto, ya no extrañaba. Ese negro, con los ojos, con la sonrisa, con el color de piel, jugaba dentro de mis ojos a que yo era el mismo enamorado de siempre.
Hubo alguna vez, en alguna noche, que te conté cuáles eran las muchas cosas que más me gustaban de vos. Si hubieras estado negra, Anaclara, no hubiese podido olvidar tu pelo.
El vestido verde que se te desprende del cuerpo, se quiere escapar rápido, me interpela, se va. Mis ojos que se pierden en el negror. Los dedos se enredan en los rulos y ese color morocho, nuevo, novedoso, me provoca por demás. Anaclara, avisame cuando esté lejos, no quiero perderme sin vos. Agarrate de mi cuerpo.
Estoy sin el vestido, sin telas encima, adentro de tus mágicos mundos...
lunes, 9 de febrero de 2009
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