Te pusiste negra de repente. De repente, un brillo pasó percibidamente frente mío. Pronto salí del deslumbre y te miré con detenimiento. Había un dejo de rubio en tu pelo que, tan pronto, ya no extrañaba. Ese negro, con los ojos, con la sonrisa, con el color de piel, jugaba dentro de mis ojos a que yo era el mismo enamorado de siempre.
Hubo alguna vez, en alguna noche, que te conté cuáles eran las muchas cosas que más me gustaban de vos. Si hubieras estado negra, Anaclara, no hubiese podido olvidar tu pelo.
El vestido verde que se te desprende del cuerpo, se quiere escapar rápido, me interpela, se va. Mis ojos que se pierden en el negror. Los dedos se enredan en los rulos y ese color morocho, nuevo, novedoso, me provoca por demás. Anaclara, avisame cuando esté lejos, no quiero perderme sin vos. Agarrate de mi cuerpo.
Estoy sin el vestido, sin telas encima, adentro de tus mágicos mundos...
lunes, 9 de febrero de 2009
miércoles, 4 de febrero de 2009
El esqueleto del mosquito/1
(Una pierna se cruza arriba de otra. El pie apenas alcanza a moverse. La mirada acompaña el lunar del talón izquierdo.)
Ya pasamos por acá. Sufrimos, por acá. Me dije.
Pienso: cuando uno se vuelve preso, de la Ley, de un cuerpo, de un lunar, de lo que sea, la desolación suele jugar despacito, como con un ovillo, al lado de los dedos que crujen e intentan recuperar pizcas de libertad. Cuando uno se vuelve preso de un pie que se mueve, despacio, con un lunar, un izquierdo, tiene que saber que las libertades son compartidas.
Cuando pasé la mano y la espalda me gritó con durezas extrañas, como pequeñas montañitas a las que se las suele llamar lunares, o pecas, y sentía que cada pliego de esa piel se erizaba, y que ese temblequeo desembocaba en la entrepierna, y mis pulsos sanguíneos sobrevolaban la oscuridad de lo desconocido, sentí que mis peligros, hasta ahí aquietados en los bolsillos del calzoncillo, se acrecentaban de repente. Imaginé tus ojos, ahí cuando se erizaban los lunares, y pude pintarlos del color que yo quise, y pude mirarlos sin temblar, y pude retarlos y pedirles que se callen y no me griten más, y pude sentir sus olores, y esos ojos me volvieron más vulnerable que nunca, y, y, y...
Y de repente me denunciaste con otra caricia, y otra, y otra. ¿Cómo hago -pensé- para dejar de temblar a tu lado y parecer más íntegro que de costumbre? Pero no encontré manera.
Ahí tus ojos... Desembocaron todas mis memorias, mis fuerzas, mis durezas, mis pasiones; en un lunar, en un pie, en una pierna, en la entrepierna.
Y luego me corriste. Y nos corrimos.
Así estamos, como los esqueletos de los mosquitos que se entrampan en las telas de arañas. Esperando. Delatados. Mordiendo lo único que nos queda: la esperanza de devorarnos del todo.
Y las libertades, definitivamente, son compartidas.
Ya pasamos por acá. Sufrimos, por acá. Me dije.
Pienso: cuando uno se vuelve preso, de la Ley, de un cuerpo, de un lunar, de lo que sea, la desolación suele jugar despacito, como con un ovillo, al lado de los dedos que crujen e intentan recuperar pizcas de libertad. Cuando uno se vuelve preso de un pie que se mueve, despacio, con un lunar, un izquierdo, tiene que saber que las libertades son compartidas.
Cuando pasé la mano y la espalda me gritó con durezas extrañas, como pequeñas montañitas a las que se las suele llamar lunares, o pecas, y sentía que cada pliego de esa piel se erizaba, y que ese temblequeo desembocaba en la entrepierna, y mis pulsos sanguíneos sobrevolaban la oscuridad de lo desconocido, sentí que mis peligros, hasta ahí aquietados en los bolsillos del calzoncillo, se acrecentaban de repente. Imaginé tus ojos, ahí cuando se erizaban los lunares, y pude pintarlos del color que yo quise, y pude mirarlos sin temblar, y pude retarlos y pedirles que se callen y no me griten más, y pude sentir sus olores, y esos ojos me volvieron más vulnerable que nunca, y, y, y...
Y de repente me denunciaste con otra caricia, y otra, y otra. ¿Cómo hago -pensé- para dejar de temblar a tu lado y parecer más íntegro que de costumbre? Pero no encontré manera.
Ahí tus ojos... Desembocaron todas mis memorias, mis fuerzas, mis durezas, mis pasiones; en un lunar, en un pie, en una pierna, en la entrepierna.
Y luego me corriste. Y nos corrimos.
Así estamos, como los esqueletos de los mosquitos que se entrampan en las telas de arañas. Esperando. Delatados. Mordiendo lo único que nos queda: la esperanza de devorarnos del todo.
Y las libertades, definitivamente, son compartidas.
lunes, 2 de febrero de 2009
La vida capitalista [II.]
Martín se sienta de nuevo. La silla le parece cómoda. Mira sin parar el precio y el resto del Mall va y viene.
$236,50 (Pesos doscientos treinta y seis con 50/100). Piensa que necesita seis para renovar su juego de sillas. Martín manda un mensaje de texto a Alejandra consultando sobre la posibilidad de cambiar la cara del comedor. Esto pone: "q t parec cambiar las sillas de tu vieja pro (sic.) nuevas. deberíamos poner mil cuatrocientos y pico y tenemos seis sillas muy chetas. t quiero". Al rato, Alejandra contesta: "acordate q quiero la pollera y los aros que vimos el sábado. yo te quiero".
Martín llega a su casa con un sinsabor extraño: por un lado quiere las sillas y por el otro la felicidad de Alejandra, que de momentos se reduce a una pollera y un par de aros nuevos o un juego de sillas para el comedor. Se sienta al rededor de la mesa, pone a tamborear sus dedos y prende la tele. Piensa: "Por ahí cazo una oferta de mesas, sillas, aros y aretes... ¿Cómo nadie va a tener en cuenta mis necesidades".
Toma nuevamente el celular. Manda a Marcos un mensaje. Esto pone: "la vida es efímera. ¿mi felicidad o la de otros?".
El capitalismo: enfermedad difícil de curar.
$236,50 (Pesos doscientos treinta y seis con 50/100). Piensa que necesita seis para renovar su juego de sillas. Martín manda un mensaje de texto a Alejandra consultando sobre la posibilidad de cambiar la cara del comedor. Esto pone: "q t parec cambiar las sillas de tu vieja pro (sic.) nuevas. deberíamos poner mil cuatrocientos y pico y tenemos seis sillas muy chetas. t quiero". Al rato, Alejandra contesta: "acordate q quiero la pollera y los aros que vimos el sábado. yo te quiero".
Martín llega a su casa con un sinsabor extraño: por un lado quiere las sillas y por el otro la felicidad de Alejandra, que de momentos se reduce a una pollera y un par de aros nuevos o un juego de sillas para el comedor. Se sienta al rededor de la mesa, pone a tamborear sus dedos y prende la tele. Piensa: "Por ahí cazo una oferta de mesas, sillas, aros y aretes... ¿Cómo nadie va a tener en cuenta mis necesidades".
Toma nuevamente el celular. Manda a Marcos un mensaje. Esto pone: "la vida es efímera. ¿mi felicidad o la de otros?".
El capitalismo: enfermedad difícil de curar.
Domingos
Cuando me aventuré y lo dije [ver], jamás imaginé que tan temprano iba a sacudirme de semejante manera. Todavía tengo secuelas.
La lluvia de Cuba no es tan dulce como la de Córdoba. Me corrijo: la lluvia de Cuba no es tan dulce como la del domingo pasado en Córdoba. Corrijo nuevamente: la lluvia de Cuba es dulce pero le gana en dulzura la que cayó en Córdoba el domingo madruguero.
Casi puedo volver a tocar la humedad del día. Casi que olvido por un instante el sabor que mi imaginación construye de la lluvia cubana.
A veces, cuando los domingos llueven, las grandes cosas quedan pequeñas. No importa qué tipo de cosas sea... Yo todavía tiemblo.
La lluvia de Cuba no es tan dulce como la de Córdoba. Me corrijo: la lluvia de Cuba no es tan dulce como la del domingo pasado en Córdoba. Corrijo nuevamente: la lluvia de Cuba es dulce pero le gana en dulzura la que cayó en Córdoba el domingo madruguero.
Casi puedo volver a tocar la humedad del día. Casi que olvido por un instante el sabor que mi imaginación construye de la lluvia cubana.
A veces, cuando los domingos llueven, las grandes cosas quedan pequeñas. No importa qué tipo de cosas sea... Yo todavía tiemblo.
VI.
Todavía me tiembla la panza cuando la miro a lo lejos.
Anaclara brilla y, toda entera, hace brillar el alrededor suyo. Anaclara: ¿Por qué logras aún que me tiemble la panza?
Anaclara brilla y, toda entera, hace brillar el alrededor suyo. Anaclara: ¿Por qué logras aún que me tiemble la panza?
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