Anaclara está de verde y casi no se mueve.
Mi dedo se desenfunda y recorre. Astilla cada pedazo de pedacito. No molesta, no distrae, no despierta, no eriza, no provoca. Astilla. Anaclara sigue verde. Anaclara, no se mueve.
Gira sobre su espalda. Ahora su boca está sobre mi respiración y la dilato, la sostengo. Así, acostada, es hermosa, tanto como cuando camina o se para. Anaclara es hermosa. Más tarde se va a sentar enojada y preguntará que me ocurre, los porqué de mis rasgos de viejo enojado (que no soy así, que soy más lindo y más simpático cuando mi nariz no se frunce...). Más tarde pelearemos. Pero ahora sigue dormida o se hace pasar por dormida. Anaclara tiene la cara limpia, la boca grande y se recupera de la desidia sistemática del irreverente señor equis. Atrevido, se aventuró a sacarle su sonrisa y descuidarla centímetro tras centímetro.
Le pedí que jamás renuncie a lo que merece por su condición. Que no vuelva a hacerlo. Con la seriedad y la mirada sostenida. Como se debe. Se lo pedí a Anaclara y contestó.
jueves, 21 de febrero de 2008
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