Ella me ha pedido que le escriba.
No se da cuenta, ella, que es mi universo. Que la escribo mientras duerme, mientras calla, mientras ríe. La escribo mientras baña su cuerpo. Cuando pasa una mano sobre su hombro y recoge el aire condensado en vapor que circula por la ducha.
La escribo, a mi Ella, mientras leo y la encuentro, una y otra vez, en una poesía, en un relato, en un manifiesto comunista. Escribo nuevamente sobre lo que leo y la involucro en mi escritura: <<hermosuras del mundo, unías en mis sueños; a la sombra de ella>>. Ó <<al encontrarte yo a ti tú, el mundo y yo hemos vencido: yo porque eres la hermosura que más amo, tú porque mis manos: el mundo se desgarra>>. Etcétera.
La pinto con mis letras. Ella no lo descubre, pero lo hago una y otra vez. Desamparado en medio del torrente de recuerdos e ilusiones, me estrello en su sonrisa y me desubico en sus almohadas. ¿Cómo no escribirla entre mis notas, en mis cuadernos, en el aire, en las páginas que dibujo, en cada uno de mis silencios?
lunes, 25 de agosto de 2008
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